Tengo montañas de ti
sobre los hombros.
Cadenas de cordilleras y promontorios
rompiendo la planicie de mi serenidad.
Collados que pesan,
que debo cargar hasta mi muerte,
o la tuya, irremediablemente.
Porque sus cimas
se cubren de perpetuas nieves de amor
cada estación;
porque prima tu permanencia
-dolor sobre dolor,
roca sobre roca-
aún alterando el relieve de lo que soy.
Todo en mis hombros,
cumbre, falda o valle alfombrado,
forma parte de tu insigne decadencia
y va aplastándome
hasta convertir mi condición de mujer
en espejo de suicidas.
Merche Marín
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