Una lágrima, solo una lágrima nació de tus ojos.
Se formó con el rocío que cada mañana se posaba en tu ventana.
Con la brisa vespertina que acariciaba tus enredados cabellos, tras tus ardientes devaneos.
Con las gotas que salpicaban de una ducha compartida, en un minúsculo espacio.
Con la leche y la mantequilla.
Con el hervor de una olla y una copa de vino.
Y al anochecer esa lágrima que visita tu mirada,
se fijó para siempre con la escarcha que cuelga cada noche
en el dosel de tu cama.
María Belén Mateos
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