Y allí estabas. Suspendida en la atmósfera,
llena de agua y nieve,
de sentimientos contrariados
y perfume envenenado de deseo.
Y allí estaba yo colgado del atlas de tu cintura.
Bebiendo de tu boca la pócima que me consume
y acariciando los cúmulos suntuosos y redondeados de tu cuerpo.
Y allí estábamos los dos dejándonos arrastrar por las corrientes que nos elevan a lo más alto,
para luego caer en forma de nieve,
y en un nuevo arrebato ardiente evaporarnos para volver ascenderlo
hasta perdernos en el aire o encerrarnos en nuestra jaula hecha de nimbos y acero.
María Belén Mateos
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