Me vives al lado de la muerte, al lado del árbol del olvido, y tu voz es mi sentencia, la que me condena a vagar por el acantilado que nombraste, a esperar allí que vuelvas y me des tu amor entre cascadas, entre lagos inmensos de un coral que bautizaste en la intemperie.
Oh sueño, indagas en mis flores peregrinas, en el maizal que viste mi derrota con espigas de cerezo, un oro que derrama en los rincones un poco de materia, y me das el suspiro del Amado que surge de las entrañas de la tierra.
En el litoral del jade mis ingles se estremecen, en la noche se oculta el miedo y el amor, y la tormenta se cruza con la ausencia.
Mi hombre, las migas del ciempiés en lejanía se abren al regreso, se abren a ese beso que anuncia la unión del horizonte y la orilla de los mares y su alma.
En ti confluyen los afluentes, los que arden en el crepúsculo del río, los que aumentan cuando los olivos florecen aceitunas en el margen del corazón.
Teresa Domingo Català
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