Septiembre llega a su final entre temblores, en las aguas de un río acostumbrado a llevar un cauce sigiloso y un caudal abovedado que se refleja en el estanque del cielo.
Vuelven los días rutinarios, en que la lluvia es una cita puntillosa, en que el amor se vierte en las cucharas y la piel se envuelve en las migas del pan y de la arena.
Llega septiembre a su final con el otoño, y el amarillo nos tiñe la mirada en la soledad del deseo.
Junto a ti hay un bosque silencioso habitado por los ángeles que lavan y se tatúan corazones, y que pisan la senda de los ídolos.
Mi cuerpo es una encrucijada donde se nos unen las huellas, donde los vasos derraman nuestra sangre como un óbolo para la eternidad.
Los dioses escuchan la caricia, el alba que nace del rumor acallado del recuerdo, como si la memoria fuera el origen de lo no vivido y que a la vez nos pertenece.
Teresa Domingo Català
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