Al escupir la niebla me tragué el miedo.
Se agarró a mi garganta,
me clavó sus uñas descarnadas,
intentó trepar hasta mis ojos,
vaciarme las tripas de lágrimas
y no pudo.
Al escupir la niebla le cogí la mano,
la miré a los ojos, a mi hermana.
A mi hermana pequeña, mi pequeña hermana,
que temblaba de frío y de pena.
No pasa nada, no pasa nada.
Me moría al ver que lloraba.
Al escupir la niebla miré al mar
que sin hambre nos iba a engullir,
nos iba a arrastrar a ningún sitio,
a ninguna casa con ningún padre,
dejándonos varados sin fe ni destino,
pero vivos.
Hoy escupo esta niebla como escupí aquella.
Cojo su mano y sonrío a su alma,
a mi hermana pequeña, ajada y cansada.
Como yo, cree ya en nada,
porque todo ha pasado, hasta el dolor.
El regreso ya no es esperanza.
Al escupir la niebla miro al pasado
y te veo de negro. La madre coraje,
con olor a tiempo de armario viejo,
mendrugos de pan sin justicia,
calcetines escritos en artículos zurcidos.
Todos iguales en el hambre.
Al escupir la niebla sé que te odio,
porque hoy el regreso es bastardo.
No nos queda nada,
no nos queda ni alma.
Cuando, aún a tiempo, pudimos volver,
para ti fuimos golfos y putas tristes.
Al escupir la niebla veo a tus hijos.
Hijos nacidos de las huelgas,
muertos de hambre por tus discursos,
tras tus mineros.
Me siento estúpido por haber creído
que, al mirarme esa noche, entendiste mi miedo.
Hoy escupo esta niebla, que no sabe de ese miedo.
Sobre él construí desilusiones, decepción y odio.
Un odio que me hizo insensible salvo a ella,
a mi hermana pequeña, esa sombra rota, muerta.
Pepa Pardo
1 comentario:
Maravilloso me encantaria recitar tus versos
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