Astíllame.
Recúrreme.
Queréllate contra mis apatías.
Muerde mis dedos,
arranca este corazón inútil,
si fuera necesario.
Todo,
con tal
de sacar de mí este ostracismo
que me anula,
que me esconde
y me envilece.
Muéstrame el vacío
que me espera,
si esta tozudez
de no ensangrentar mi boca
con los gritos a los necios,
me abandona.
Muéstrame lo yelmo
que comerán mis hijos
si no florecen en mis puños
la guadaña y la horca.
Ájame las piernas
si no son capaces de pisar
calles y plazas
para gritar tu nombre envilecido,
con fiera rabia.
Que los muñones recuerden
lo cobarde y lo insensato
de mi boca.
Y luego,
cuando ya nada quede,
el futuro sea quimera,
cuando las vísceras de los perros
comida para mis nietos.
Cuando el agua sea un sueño,
un techo, una semblanza,
y la palabra libre, la muerte.
Cuando libertad sea, elegir
entre grilletes o cadenas,
cuando violen sistemáticamente
mis sueños
por decreto ley,
y el olor a carne quemada
se venda en frascos de colonia,
Chanel número 100,
ni el más profundo abismo
será digno para enterrar
estos despojos podridos
y sin alma
que tan viles muestro hoy.
Advertido quedas,
mi Cesar.
Pablo Otero
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