Una noche cualquiera
de un día con cielos grises,
despertaré abrazado
a la ausencia de tu mundo,
que es el mío cuando tú no estás.
Entonces, acariciaré tu pelo
convertido en una ciudad apagada.
Tu cuerpo semidesnudo,
será sombra en las esquinas de las calles
de esa misma ciudad sin luz,
donde el sueño de recordarte
juega a defenderse.
Una noche cualquiera,
fría como la nieve cuando tú me faltas,
sentiré miedo al oír el temblor
de tus muslos cruzar la puerta
sin mirar atrás.
Entonces, te estaré mirando.
Una mirada de otros ojos
con rastro de amor.
Sintiendo por dentro cómo se derriba todo.
Una noche cualquiera,
cuando las verdades sin contar
apaguen las cenizas de los labios,
cuando los silencios hayan perdido su crédito
y tu piel sea cicatriz de la mía.
Entonces, el rumbo de tu sonrisa
me dirá la isla dónde naufragué.
Para ese momento,
los dos habremos maldecido
las cosas que no se pueden compartir,
la intransigencia de los ojos de ciego,
las paradas donde no llega el metro
y el taxi quedando lejos.
Esa noche cualquiera, nosotros,
volveremos a ser tú y yo.
Una noche cualquiera,
cuando las verdades sin contar
apaguen las cenizas de los labios,
cuando los silencios hayan perdido su crédito
y tu piel sea cicatriz de la mía.
Entonces, el rumbo de tu sonrisa
me dirá la isla dónde naufragué.
Para ese momento,
los dos habremos maldecido
las cosas que no se pueden compartir,
la intransigencia de los ojos de ciego,
las paradas donde no llega el metro
y el taxi quedando lejos.
Esa noche cualquiera, nosotros,
volveremos a ser tú y yo.
Antonio José Royuela
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