Espérame donde fluye la acequia de la noria,
allí, donde el agua va redimiendo los surcos desmayados;
espérame en los lentos canjilones,
-cántaros de vida espejeando-,
espérame en las noches deslunadas,
cuando, desnudo, vague sediento en médulas vacías.
Espérame cuando tiemble el ápice del alma
al borde del precipicio absurdo de la nada.
Espérame en las luces encendidas, en las tardes apagadas;
espérame, si me pierdo en las distancias de las horas
arrancadas, en las días disecados.
Espérame en los muebles desudados,
en el viejo almacén de nuestros días,
en el dédalo de la noche y las arañas.
Se está labrado el huerto de los sueños decaídos
por si vienes conmigo y volvemos a sembrarlos.
Octavio Fernández Zotes
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