Han dado la alarma y todo se vuelve oscuro,
como las libélulas en la noche, que uno
nunca sabe muy bien dónde están y a veces caen y chocan
y aletean en silencio para liberar el aullido de la mañana
convertido en fósforo incendiado sobre la piel ajena,
y yo sé que es una falsa luz la de las libélulas
porque suenan fuerte en la noche
y tiemblan las paredes, y hablan las calles
persiguiéndonos la noche, y no sé encontrar la salida
cada vez que el polvo cubre el pasillo,
como cuando te cae una montaña encima
y de repente ves la luz, y la sigues, y te das cuenta
que sólo es un deseo y que estás agarrado a unos hierros oxidados
que salen por tus manos y que se derraman junto a tus pensamientos,
lentamente, montaña abajo, hasta los tobillos,
pero tú sólo ves la luz, y luego te ves retorcido como un higo pocho
y no sabes dónde ir, ya no tienes patria.
Pero luego te despiertas en alguna parte
y agradeces que te hayan convertido en viento:
así ya no tendrás que aguantar más a las luciérnagas
cuando vuelen por la noche y choquen en silencio
batiendo sus alas en la oscuridad.
Sabrás que ya nada pueden hacerte,
porque ya no hay más montañas ni más silencio,
ni más carne quemada que pueda herir tus alas, pequeña mariposa,
pequeño hijo de la tierra.
David Lorenzo Cardiel
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