Olvidaste la bufanda en casa
la que todos los días te devora el cuello, suave,
la que te susurra por las mañanas,
cuando la antesala del frío
sobre la silla está callada, espera,
conserva tu olor, no el de tu perfume,
sino tu olor.
El mismo olor que te nombra
el que me ordena las tinieblas
y los libros en los estantes,
cuando no estás.
El mismo olor que me dicta versos
y obliga a mis dedos a conjurar hechizos
para no perderte.
Francisco Carrascal
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