Las manos sin tu aliento descansaron
prolongando la tarde adivinada;
mas al alba asustadas preguntaron
si la ausencia de tus ojos duraría.
Mi cuerpo, sin tus besos relajado,
se quedó dormitando en un rincón
soñando con la llama de tu rojos
quemantes como piras encendidas.
Las noches sin tu cuerpo enamorado
a un páramo desierto se asemejan
que esperan impacientes la tormenta
nacida de tus pechos desbordantes.
Mi alma sin tus ojos se envilece
trayendo a la piel de la memoria
recuerdos lacerantes que vagando
rememoran el ansia de dos almas.
Rafael Mérida
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