Dime,
¿quién eres tú que así alteras
el pulso de mi sangre y lo conviertes
en un río de estrellas?
¿Qué eres y cómo has llegado?
Yo no te esperaba, yo no te he buscado,
no fui jamás a llamar a tu puerta,
¿por qué de pronto me miras
como si me conocieras?
Tu maldición me entrega frutos
que no pueden crecer en mi tierra:
tus ojos dibujan olivos
pero en mi vientre brotan palmeras,
no perviertas con tu mirada profana
el orden sacro y perfecto
de mi imperfecta naturaleza.
Tarde.
Tarde.
Tarde.
Vete, has llegado muy tarde.
Donde tú vas no quiero seguirte,
donde yo estoy no puedes quedarte.
¿Qué pretendes mordiendo
mis silencios y esta frágil
resistencia heroica?
No envenenes la paz de mis noches,
déjame en mi quietud engañosa
pródiga en melancolías sin nombre
y fértil en cosechas dudosas.
No esperes nada de mí
ni busques en el desierto:
no hay nada que pueda darte,
porque nada es lo que tengo.
Dime,
¿por qué te persigue ese torpe y fiero
empeño en equivocar tu destino
y enredarte ciegamente en mis cabellos?
Rendición o redención.
Seré tan clara como breve:
vete, pero ven.
Lidia Li
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