El invierno se ha instalado
en las movedizas aceras
de la ciudad desierta.
Huyen con premura
del gélido escenario
los etéreos personajes.
Desaconseja el hombre del tiempo
desplazamientos más allá de lo preciso,
que nadie salga a la calle.
Leo con detenimiento
las isobaras marcadas
en las líneas de tu mano.
Un frente cálido de caricias
asociadas a tus manos,
elevan el mercurio que en mi habita.
La borrasca se aproxima,
chocan nuestros cuerpos
como masas de nubes bajas.
Rayos y truenos nos envuelven
desatando impúdicamente
una lluvia presentida.
La niebla densa amarillenta
se disipa bajo el sol de tus ojos
que auguran una tarde diferente.
Haré caso al hombre del tiempo,
hoy no saldré de tu cuerpo
anticiclón seguro de mis días.
Rafael Mérida
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