y lancé una oferta a las estrellas,
para que no me asustara
la sangre que se vierte,
el corazón que inunda barro
en los largos ríos de la tierra,
la flor que en mercados
quizá sea un mal negocio
para los pueblos que gritan,
el susurro herido del poeta
que a veces,
antes de morir permanece
asustado con el único calvario,
del que anhela los años vividos
en gotas de luz,
en sueños robados;
y pienso que puedo ser yo.
María Ángeles Ibernón
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