Esto no es un adiós.
Y yo soy un castillo, aunque pocos lo sepan.
La amargura, esa mantis de patio de colegio,
lo intentó con nosotros.
Hemos sido canciones. Quiero decir: felices.
Untábamos mermelada en prisiones
sin rejas frente al mar.
Hablábamos del sol y de la suerte
y de las carteleras de los cines.
Nos perdimos, también. Y hubo manos
de gnomo con heridas de cúter
que nos fueron mostrando las miguitas de pan.
Volvimos a ser bosque:
nada es más fiel que la cerveza. Y en un muro
alguien había escrito la palabra
GUÉRIR.
Nombres de cosas bellas por romper.
Pero no era un adiós. No.
Y yo no estaba triste. Y los duendes decían:
Nunca sales realmente
de las islas donde estuviste enfermo.
No es suficiente andar para alejarse.
Martha Asunción Alonso
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