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domingo, 22 de noviembre de 2015

Ausen & cia



Hoy vino a verme,
vino a abrirme la boca,
a secarme el cielo estrellado y mojado del paladar.
Vino a hacerse la loca.

A recordarme el color de la piel de la sed,
a explicarme el hastío y el desvarío.
A contarme la sombra borrosa de un vaso vacío,
y el frío que dobla mi espalda.

Vino a hablarme del viento que vuela en su falda,
de la suela que estampa en el suelo un dibujo al revés.

Pasó a saludarme.
Alguien diría: a salvarme.
Vino a decirme que no sé decirle que no.

Con el empeño que inocula el sueño del niño pequeño,
del pan y la sal. Con una de arena y la otra de cal.

A invitarme a una pena
a incumplir su condena, vino. Vino a mecer
la marea del puerto, a enseñarme cómo hacer el muerto,
a pintarme de brea la noche y los pies.

Hoy vino a verme,
a partirme la boca,
a llevarse la poca cordura que queda.
Y a sacar la basura.


David Yeste




sábado, 21 de noviembre de 2015

Requisitos




Cuando invento bandadas de pájaros
tengo que pensarles primero
sus tendidos eléctricos.
Es una condición imprescindible.
si no, ¿dónde se posarían?
¿dónde escribirían su morse
circunstancial? ¿en qué lugar
establecerían su cuerda floja?

Cuando pienso en vías y vagones
tengo que escribirles antes
sus túneles, sus andenes
y sus cambios de agujas.
Para que no discurran
en paralelas eternas,
para que se les dé la casual
oportunidad de un cruce.

Y, sí,
cuando deletreo mis manos
—o anoto cualquier cosa en ellas—,
tengo que hablarles ligero,
para que no se impacienten.
Les pido que recuerden
cuando te tocan, y entonces,
las aves tienen morada,
los trenes frenan exhaustos,
y ellas escriben para rozarte.


David Yeste



viernes, 20 de noviembre de 2015

#5. (cosas que hacer durante el tránsito)




 A Noemí, por nombrarme en voz alta.



compartir con manos extrañas un trozo de metal;

memorizar los zapatos de todos los viajeros;

conversar sobre dios con una máquina expendedora;

usar la ventanilla como espejo de tocador;

leer al revés los rótulos de las prohibiciones

(fumar, pulsar el botón en marcha, bajar a las vías, gritar);

medir el tiempo en estaciones y paradas;

intentar adivinar el título de la novela que ella lee;

morir de amor cuando ella aparta un mechón de su rostro;

no volver a consultar el teléfono hasta que… ¿a ver?;

desear con todas tus fuerzas que se vaya la luz;

desear con todas tus fuerzas que nunca se vaya la luz;

comprobar que la cartera aún descansa en tu bolsillo;

intentar mantener el equilibrio sin agarrarte;

salvar el mundo recitando los Justos de Borges;

buscar sobresaltos en la oscuridad del túnel;

imaginar un battle royale entre todos los pasajeros;

reconocer una cara, acercarte, hablarle, saberte equivocado;

abandonarte a la sucia nostalgia de haberla perdido;

pasarte de tu parada con empeño y convicción;

desesperarte al comprobar, en los carteles y los planos,

que ninguna estación se llama Ítaca.


David Yeste




jueves, 19 de noviembre de 2015

Enero



Agoniza enero en las atalayas
de la memoria y digo
tu nombre en voz alta
para que sea cerca y sea siempre.

Grito aunque mi voz se rompa,
como la escarcha de mis zapatos,
y por el hueco de la carraspera
se cuelen los ecos de los aullidos.

Deberé alzarme, en este enero moribundo,
y que mi sombra ilumine
el polvo de todos los senderos
por los que a veces transitas
sin que al sueño o al deseo les importe.

Para qué, cuando abras los ojos
a este mundo que nos contagia
del estremecedor frío del silencio,
mis palabras obren en tu piel
todo lo que mis manos no alcanzan.


David Yeste




miércoles, 18 de noviembre de 2015

Escala richter



Esa mujer viaja en un coche de línea
por una carretera sordomuda.
La noche se bebe la luz de los faros
como si el amanecer se obcecara
en demorarse.
Ella desearía que el alba borrase
su reflejo en la ventanilla,
que lograse astillar el silencio
tenue y monocorde del zumbido
del motor.
Hiere, al fin, el cuchillo
de la madrugada el abdomen
de la tiniebla, a la vez
que el autocar se detiene y derrama
su contenido en una plaza clónica
y bivitelina.
Esa mujer desciende —apartando
un mechón de su cara, como quien
aparta la bruma de un manotazo—
y hunde el tacón de su bota
en el empedrado.
Ese golpe es el epicentro
de un terremoto de risa,
de un huracán de brazos,
que tiñe de colores
la mañana de asfalto.
Mientras, yo escribo ese temblor,
desde un tejado,
a medio mundo de altura.


David Yeste




martes, 17 de noviembre de 2015

Atiquifobía



Se espera de mí

la solidez de la roca

que es grada y peldaño,

que es puerto y es puente.

Que soporta y sostiene

el paso y el peso

del hijo del hombre.


Se espera de mí

la consistencia del agua

que hiende la piedra,

que es lluvia y remanso.

Que es furia y es sangre

en crecida violenta

y en sístole alterna.


De mí se espera

el odio preciso

y la rabia que embiste.

También la caricia,

el aliento y el hambre.


Se espera de mí

que disipe de sombras la tierra.


La raíz del árbol

y el acero del hacha,

se espera,

y el crujido del hueso.


Y el sudor de la carne

y el verbo que crea,

se espera,

y el brazo que puede

y la mano que prende.


Se espera de mí,

ante todo,

que no desfallezca.


David Yeste




lunes, 16 de noviembre de 2015

Vente



Vente tal y como estés.


No es necesario que adornes de lunas tu pelo,

ni que cubras tu cuerpo de eclipses de sombra.

Ni siquiera es preciso, ya sabes,

que perfumes tu rastro de rastros de sal.


Vente tal y como estés.


Echa en el bolso, acaso, un par de mareas,

tal vez una prisa que enlace los brazos.

Olvida ceñir tu cintura de miedos

y desnuda por siempre tu pulso de relojes.


Tal y como estés.


Y que tu aliento se vista de aliento en mi boca,

y que tu piel se desnude de vida en mi piel.

Trae contigo la urgencia del cuerpo:

lo que nos queda de noche ya sabrá que hacer.


Vente.


David Yeste



domingo, 15 de noviembre de 2015