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domingo, 16 de febrero de 2014
EL VIAJE
Después de todo estamos al final de un camino:
el barco, el equipaje que oculta
como un pequeño corazón,
están prestos, las nubes
iluminándose de roturas
azules sobre el vidrio de la puerta
como un juego inocente,
tu cuerpo de ojos vacíos,
lo poco de sangre que resta.
Afuera, en la calle, todo ocurre
de otro modo, parece
como si toda travesía
consistiera en la acción.
Puede que consista el mundo
en cantar a la ausencia:
sobre mis pies el agua se desliza
intermitentemente
y, en uno de los recodos
del mar, se halla el olvido insomne
de reiteraciones eternas.
Y me iré como siempre sin lluvias,
doliéndome seca la boca,
porque pasó tan cerca el alba en ciernes,
que me desprendí sorprendido
de la misma aurora.
Y estás ahora en la prisión,
persiguiendo muchachos
quebrados cazadores de luna.
Mas la realidad, con todo, es esta:
no será lo mismo que entonces,
mas bien será otro trozo de tabaco
para seguir mascando.
Las velas triangulares
del sol cenital se inflaman
sobre escolleras de agua
y plantas trepadoras.
A veces se diluyen
las lindes de la blanca locura:
loco es aquel que atraviesa
las espadas y herido regresa
al lugar de las cosas
y de las fábulas difusas.
Pero la herida siempre
se mantiene, a pesar de los pesares.
Viniste conmigo a poblar
la oscuridad, viniste
conmigo a comprobar el efecto
de las duras navajas
en la piel del deseo.
Tu negativa última sólo a ti concierne.
Y te empeñarás
en que no ha pasado el tiempo,
como otros se empeñan en asuntos
que habrán de descubrirse,
pero quizás lo que guardaste
se expanda a pinchazos
y el viaje se detenga adherido
a un cierto lugar
y, así, el final del camino
sea principio y fin del camino.
Rafael Lobarte
sábado, 15 de febrero de 2014
SANSUEÑA
He regresado a ti,
ancha y horizontal mujer del valle,
desde la altura
verde y llana,
anhelante de un íntimo
amoroso espacio.
He vuelto a ti
por el camino de niebla
para así cobijarme,
fuera de la inmensidad,
en tu seno de frutos y de hojas.
Un fuerte, encanecido
dios, que se enguirnalda
de pámpanos y olivos,
te resguarda del cielo.
Regreso a la Ciudad Blanca, ciudad del sueño,
vuelvo hacia ti.
Lejos quedan el mar y las aves,
lejos quedaron
la abertura
de la noche virginal,
sus muslos tibios.
He regresado
a tañer una segunda
canción de espera.
Rafael Lobarte
viernes, 14 de febrero de 2014
ELEGÍA
I
Se fue a la alborada,
dejó el lecho vacío
y en la noche mis manos no pudieron retenerte.
II
Es mi silencio una mueca ajada
y tú, en mí, eternidad,
presentimiento de la muerte, cada
vez más vacío tiempo.
III
Suspendido,
en el anclado cauce
del antes y después,
del tiempo fijo,
en un cruce de venas.
Voz que no es llanto,
lumbre interna
de la constelación
y su sombra,
dolorida imagen
de la sien y el verso.
En la alcoba trémula
y el umbral de penumbra enrojecida,
te deseo.
IV
Cuando la estrella de la tarde
caiga en nuestros párpados
cerrados
de piel oscurecida;
cuando las aves de la luna
persigan
sus sombras enlazadas,
nuestro instante de locura:
entonces, la rosa de tus labios.
Rafael Lobarte
jueves, 13 de febrero de 2014
LA CIUDAD Y LAS ALAS
I
De margen a margen,
bajo las arcos de los puentes,
se desliza bronce de agua.
Verde hierba encaramándose
a los tiernos bastones de la orilla.
Demoradas aves, ya puntos
o líneas rasgando el azul, prefiguran
la llegada de la noche.
Reunión en la sombra,
juego de luz tras los cristales:
el borracho loco,
el adolescente bobo,
la niña tonta bien peinada,
el sabio intelectual y bien pensante,
abiertos en la sombra, gustando de la sombra,
escuchan al muchacho
de la dulce mandolina
canciones asombrosas;
el negro polvoriento,
la furcia helada, el camino.
Nubes amontonadas picotean la luna.
II
Todavía por ti la ciudad se alza.
Calles son sierpes, plazas un posible encuentro.
Te he amado tanto…
La torre es un deseo,
una espera el agua.
Oscuro de día
y en la noche oscuro:
rojizas luminarias,
tizones encendidos
como en un simulacro.
... que he de dejar constancia de mi olvido.
III
El sol espejea en esta hora.
Estuviste aquí,
igual que una serpiente
ciega entre estas cosas a las que día a día
adjudicaste su precioso nombre.
Cuando, al fin, salga,
me uniré al murmullo de los pájaros
que ahora anidan,
así sabré algo más sobre mí mismo
y sobre ti.
El horizonte desabrocha
su indumentaria vegetal, dejando
entrever mentidas presencias.
Cae una lluvia
tan fina, que se viste de verde.
Mas ya redobla su tambor el tiempo.
Resulta pues, preciso
insistir por el viejo sendero,
revivir la vieja instantánea.
De nuevo oscurece tranquilo.
IV
Este es el triste reino,
idéntico color del día y de la noche.
En los últimos portales
el aire introduce en el cabello
cincos dedos de furia,
y el río es un falso reposo
traspasado por los mil y un mensajeros del alba.
una espera el agua.
Oscuro de día
y en la noche oscuro:
rojizas luminarias,
tizones encendidos
como en un simulacro.
... que he de dejar constancia de mi olvido.
III
El sol espejea en esta hora.
Estuviste aquí,
igual que una serpiente
ciega entre estas cosas a las que día a día
adjudicaste su precioso nombre.
Cuando, al fin, salga,
me uniré al murmullo de los pájaros
que ahora anidan,
así sabré algo más sobre mí mismo
y sobre ti.
El horizonte desabrocha
su indumentaria vegetal, dejando
entrever mentidas presencias.
Cae una lluvia
tan fina, que se viste de verde.
Mas ya redobla su tambor el tiempo.
Resulta pues, preciso
insistir por el viejo sendero,
revivir la vieja instantánea.
De nuevo oscurece tranquilo.
IV
Este es el triste reino,
idéntico color del día y de la noche.
En los últimos portales
el aire introduce en el cabello
cincos dedos de furia,
y el río es un falso reposo
traspasado por los mil y un mensajeros del alba.
Rafael Lobarte
miércoles, 12 de febrero de 2014
ÓCULO
Te ocultas detrás
de un árbol gigante,
mientras hunde la noche
medialuna en mi pecho.
Y si después, amor mío, amaneces,
en parte alguna te hallo.
Continúa en mis ojos,
hondamente grabada,
redonda arquitectura
de encendidos metales,
blanca constelación suspendida de un cielo oscurísimo.
Rafael Lobarte
martes, 11 de febrero de 2014
CAPELLAE
I
No muy lejos de aquí
el heráldico árbol de la muerte,
los ojos pardos en la sala oscura,
el Cristo pastoril,
la colina que oculta siglos de oro
y el hermoso muchacho.
No muy lejos de aquí el agua que llena las aljabas
de los cazadores. Pues nada
podría serme comprensible,
girando alrededor de los círculos diáfanos
con un haz de idénticas imágenes
una vez ya proyectadas.
Apuntemos con esa flecha estéril
adonde no excaven la tierra
húmeda y pingüe,
densificada en tus dedos,
los cerdosos jabalíes.
Mi identificación
contigo es pura apariencia,
pues yo conservo también un arco
aquí, en la mirada. Sólo importan
las cosas que aprendimos a medias,
el canto de un pájaro o mi propio canto,
y el silencio
y la neblina que los edificios
aureola sutilmente.
Tú has de moverte en torno a mí
para así cantarte cuando yo me canto.
Pan sonaba por los montes,
herido amor
en los incognoscibles adentros refugiado
de la abierta boca.
Sal de allí de una vez por todas:
ya estoy a salvo, fuera.
Algas idénticas a cuerpos,
el dulce vello de los cuerpos;
fueron aquellos quince años, ¡ay!, inolvidables:
el adolescente impetuoso
cuya blanca y firme dentadura
muerde a la ligera muchacha
un tanto huera y mortecina,
y sus planes emplazados
para un futuro próximo.
Todo debe ser borrado,
ondea la señal por el aire espeso
de construcciones pardas de ceniza:
la colina que oculta siglos de oro,
Astrea, ¡oh virgen!
La fuente puede dar todavía agua,
un instante vivido
para el andamiaje del recuerdo,
para que la vida aliente
en la mutabilidad
de tus facciones.
Más a punto cada día,
terminarás por extraviarte.
Y ahora, decidme, ¿dónde empiezo?
Ya el ciclo de las estaciones
se va cumpliendo riguroso,
ya golpea en mis sienes
la sombra del enebro.
Ite domum saturae, venit Hesperus, ite capellae.
II
Claro que, al final, todo queda ensombrecido.
Ahora pues, situémonos: llanuras
inconmensurables, estrías
ascendentes de la vid,
verde enredadera.
Un blanco mantel recrea
mi visión del mundo,
porque todo está dispuesto,
el alimento
y, después, el descanso
sobre un lecho de oro.
Seguro que no habéis contado con el brillo
de las constelaciones
y el perfume de las rosas
marchitas que rodean el estanque de agua.
Dios está con vosotros
y con vuestros hijos,
sobre la escarpada colina esgrimiendo
el rayo de fuego.
Cuando sobrevenga el alba,
reflexionaremos
sobre la mejor manera
de pasar el nuevo día
y los atardeceres.
Tú estás conmigo y no tengo
absolutamente nada
que decirte. Sí, podríamos
besar nuestros cuerpos
y después, fatigados,
pensar en tanta muerte que soportan,
indiscutiblemente, todos los que han muerto.
Las líneas observa de mis manos,
no estamos lejos ya
de un pequeño desenlace.
III
El número tres anda siempre en la locura,
lleva a cabo una síntesis extraña.
Es bueno dejar
que la marea te arrastre
sin demasiada convicción
ante sus determinaciones
futuras. Voy por una misma senda
reticentemente, en la superficie
de las cosas encuentro
el único bálsamo para mi deseo.
La descarga onerosa de las viejas tormentas
no puede molestarnos.
Estás aquí y ahora.
Pan brincaba por montes y selvas
y Baco le seguía.
No muy lejos de aquí
disparaban sus flechas los muchachos
hacia un punto de azul.
Enmarquemos el dulce ensueño
repleto de presagios:
las enlutadas madres de las guerras
y, ella, hermosísima, lloraba por la muerte
de su tierno amante.
Cercana está la primavera,
allí los contumaces jabalíes
no excavarán la tierra enrojecida,
y pingüe y húmeda
se os ofrecerá aún de nuevo.
He lives, he wakes - 'tis Death is dead, not he.
Rafael Lobarte
lunes, 10 de febrero de 2014
UJI
Un día del pasado,
caluroso y húmedo septiembre,
partimos desde Osaka, rumbo a Kioto,
en un tren japonés raudo y preciso,
y desde Kioto a Uji,
en donde suele desplegar el vuelo
secundado por músicas apsaras,
el Byodo-in, fénix deslumbrante
-aunque, enjaulado y ciego,
en aquella ocasión hurtara a nuestra vista
su trémulo cristal-,
longeva grulla entre perennes pinos;
y en donde, junto al río turbulento
y desbordado -ahora igual que entonces-,
tras arrostrar valientemente yermos
soles y asperezas,
Kaoru conoció a las melifluas hijas
del buen príncipe Hachi
tras el kichó: a Oigimi y a Naka no Kimi,
a Ukifune después;
Kaoru, el bello y bienoliente vástago
del triste Kashiwagi
y de aquella princesa, que aunque boba,
supo engañar al luminoso Genji,
el viejo burlador al fin burlado.
Y allí escuchó aquel koto incomparable,
y allí entrevió una forma cegadora,
y allí surgió un amor,
acaso más patético que trágico,
pero, con todo, amor.
Fue doloroso comprender un día,
que se habían quedado
atrás, sin haber hecho
nada para impedirlo por tu parte,
las pocas ocasiones
que el tiempo te brindara
de ser feliz; curioso que ni aun eso
en realidad ya importe.
Rafael Lobarte
domingo, 9 de febrero de 2014
martes, 24 de abril de 2007
Madrugada (febrero 1988)
De Rafael Lobarte este poema
Madrugada (febrero 1988)
Entre una y otra antorcha,
rojo de amanecer, negro de ocaso,
el río se desliza
por un cielo aterido
que la luna ahonda.
Del holocausto vivamente se alzan
los restos de la víctima.
La aurora los dispersa
por el aire varado
sobre las aguas turbias.
Y la noche se torna
a la hondura del sueño,
en su lenta agonía
de miembros consumados.
Entre una y otra antorcha
se desliza el río
quieto de amanecer, frío de ocaso.
Madrugada (febrero 1988)
Entre una y otra antorcha,
rojo de amanecer, negro de ocaso,
el río se desliza
por un cielo aterido
que la luna ahonda.
Del holocausto vivamente se alzan
los restos de la víctima.
La aurora los dispersa
por el aire varado
sobre las aguas turbias.
Y la noche se torna
a la hondura del sueño,
en su lenta agonía
de miembros consumados.
Entre una y otra antorcha
se desliza el río
quieto de amanecer, frío de ocaso.
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