Mostrando entradas con la etiqueta Martha Asunción Alonso. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Martha Asunción Alonso. Mostrar todas las entradas

domingo, 4 de mayo de 2014

Esto no es un adiós




Esto no es un adiós.


Y yo soy un castillo, aunque pocos lo sepan.

La amargura, esa mantis de patio de colegio,

lo intentó con nosotros.

Hemos sido canciones. Quiero decir: felices.

Untábamos mermelada en prisiones

sin rejas frente al mar.

Hablábamos del sol y de la suerte

y de las carteleras de los cines.

Nos perdimos, también. Y hubo manos

de gnomo con heridas de cúter

que nos fueron mostrando las miguitas de pan.

Volvimos a ser bosque:

nada es más fiel que la cerveza. Y en un muro

alguien había escrito la palabra

GUÉRIR.

Nombres de cosas bellas por romper.

Pero no era un adiós. No.

Y yo no estaba triste. Y los duendes decían:

Nunca sales realmente

de las islas donde estuviste enfermo.


No es suficiente andar para alejarse.



Martha Asunción Alonso



sábado, 3 de mayo de 2014

Auto-portrait


Está claro que no soy François Hollande. Los supermercados BIO me ponen triste. Quisiera hacerme un tatuaje, pero lloro cuando me pinchan. Aunque la enfermera sea guapa. No me acuerdo de lo que sueño por las noches. A menudo, imagino cómo sería mi vida si fuera obesa, puta o yonqui. O todo a la vez. He hecho ballet clásico. Judo. Solfeo. Baloncesto. Pilates. Tirolina. Y un ángel bordado en punto de cruz. No descarto convertirme al islam por amor, algún día. Tengo alergia al polen. Me compraría antes un acuario que un gato. Es verdad que la gente folla igual que come. Me dan rabia los diminutivos. Visité las tumbas de Machado, Proust, Cortázar. Espero no palmarla de un cáncer. Espero no palmarla sin haber dado la vuelta al mundo. Se me dan fatal los bolos. Tengo debilidad por las chicas que trabajan en ferreterías. Me divierten las revistas de cotilleos. Con diez años, jugando a los médicos debajo de un árbol, me tragué una oruga. Nunca he copiado en un examen. Nina Bouraoui escribió una novela que ya no quiero terminar de leer. Los domingos, escucho Radio Nacional y apunto recetas de bizcochos. Todas las plantas se me mueren. Salí algún tiempo con un heavy. También con un neonazi. He perdido dinero jugando al Blackjack en un casino. No plancho mi ropa. No como carne roja. No doy limosna a los mendigos. Soy incapaz de hacer el pino. En el otoño de 2006, llevaba el pelo largo y recité versos de Valéry en el puerto de Sète. Odio los chándales. Odio la bandera de mi país. Stendhal me aburre. Me canto nanas a mí misma cuando no puedo dormir. Creo que las pelirrojas son crueles. Que yo sepa, nunca le he salvado la vida a nadie. Estuve enamorada en secreto de mi profesora de francés. Escribo libros que mis amigos no leen. Suelo perder las llaves de todos mis diarios y encontrarlas años después. No celebro San Valentín. Me da risa la música country. Me da escalofríos imaginarme embarazada. He tomado pastillas. Me pregunto si las hadas existen. Me pregunto si soy buena profesora. Si soy buena, sin más. Les he pedido milagros a santos en los que no creo. Ojalá supiera pintar. Dice mi madre que soy una manirrota. Cuando estaba en el instituto, llevé durante una época camisas de chico y pantalones de camuflaje. Pienso constantemente en comida. Me gustaría asistir a un rodeo. Descubrí hace poco que puedo ser celosa. Mi plan B sigue siendo hacerme policía. Recuerdo perfectamente la primera película que vi en el cine. Recuerdo perfectamente las manos de todas las personas con las que he dormido. En el verano de 1992, sospechaba que mis vecinos eran vampiros y estuve con mi hermana en el Estadio Olímpico de Barcelona viendo a Rebollo encender el pebetero con su arco. Mi récord sin ducharme está en cuatro días. Ya no me siento capaz de traducir a Homero. Colecciono graffitis. A veces, me sorprende tanto que me quieran.


Martha Asunción Alonso

viernes, 2 de mayo de 2014

Miss Trois-Rivières




Los negros están solos.

Un poco más, peor. Solos con su negritud y sus poetas

negros que mandaban metáforas

como quien firma una postal desde París.


El concurso de Misses en Trois Rivières, por ejemplo.


Le han puesto banderolas a la plaza

y un látigo

de seda sobre los pechos que aún no tiene

a la reina en trikini de los solos. Hay que adornar la soledad.


La soledad se exprime.

La soledad se canta.

La soledad se come.


Hay que ponerle samplers para incendiar el valle

y gloss

y océanos de azúcar

a tanta precolombina soledad,

tantos siglos sin faros y al óxido en la quilla.


La soledad es el gran río que se bebió a nuestros ancestros.


La soledad se saca en procesión.


Están solos los negros,

solos con su gwoká y sus Frantz Fanon, soledad

por los monstruos de los monstruos y amén,

lo mismo que los blancos. Pero

al menos la bailan.


Martha Asunción Alonso

jueves, 1 de mayo de 2014

Juan


Juan y el miedo a morir.
Juan y el miedo a estar solo, sin nadie que le cuide.
Y a estar sucio, a que Francia le hubiera vuelto un hombre
de corazón manchado para siempre.
Juan y las lágrimas.
Juan y los puños apretados;
los golpes en la ventanilla de aquel taxi
que nos llevaba a Rusia, o aún peor:  
a un mundo sin terrones de azúcar
italianos. Juan.
Mi amigo Juan Mazzoni,
sus pupilas enormes y su dolor enorme,
tan lejos de su escuela.
Juan y su madre.
Juan y la música muy alta, inapropiada.
Las ganas de quedarse sin oídos.
El pasaporte, y Juan.
Juan y aquellas lámparas de Ikea,
baratas, horrorosas.  
Juan y los dientes,
los mordiscos, la fe en la Coca-Cola.
Juan. Mi amigo Juan Mazzoni.
Y mi temor de no saber cuidarlo,
de que Francia me hubiera vuelto huraña.

Nuestro miedo a morir. 



Martha Asunción Alonso

miércoles, 30 de abril de 2014

Tocarte


Tanto poema por no poder tocar,
tener manos pequeñas para tu corazón.
No alcanzo aquel columpio de las fotografías,
universo simétrico, las dobles
sombras rubias. Te recuerdo pasando las hojas
de tu vida. Y una nube de té.
Entonces nos conocíamos apenas.
Tampoco eso ha cambiado, ni mi altura:
es demasiado el aire y yo no alcanzo,
no alcanzaré jamás a darte agua.
Créeme si te digo
que no quise tocarte de otro modo.
Como quien llena un vaso,
como si de tus sueños dependieran
los nenúfares. La piel
nunca fue lo importante.



Martha Asunción Alonso

martes, 29 de abril de 2014

Corazón de naranja





Al pastor alemán que tú recuerdas, trotando por tu infancia,

lo atropelló un tractor cuando creciste.



Se nos cayeron luego los vencejos,

como guantes raídos, de las tardes azules,

tardes de manos llenas, cielo bajo.



Miro cómo mi abuela,

los ojos muy abiertos, fervorosa,

está exprimiendo un zumo en la cocina;

miro temblar sus manos, debajo de esas manos

miro girar el sol, aroma antiguo,

sangre pura del tiempo más redondo,

corazón de naranja que aún nos ciega.

No queremos morirnos, no queremos…



La miro y habla sola en la cocina,

mientras exprime un zumo como quien reza un salmo,

apura la inocencia y el candor, bebe memoria.



Miro temblar sus manos. Y el almendruco estéril,

la tapia; blanco sucio para trepar de sed,

amarga adolescencia, fruta viva.



Son cosas que brillaron antes de que te fueras.



Martha Asunción Alonso






lunes, 28 de abril de 2014

The house among the roses (Monet, 1925)




Todos la señalaban con el dedo, asentían,

se alejaban para observar mejor, muy fijamente,

como niños siguiendo una cometa por la playa.



Una mujer incluso usaba unos prismáticos,

muy seria y sigilosa, la cabeza inclinada,

igual que si escrutase un mapa falso del tesoro.



Yo me sentía imbécil. Recuerdo que pensé: quizá

la casa entre las rosas esté fuera del cuadro,

donde nadie la piensa,

allí donde se nubla tu mirada.

Quizá hayamos perdido el tiempo buscando el animal,

nunca su sombra;

el destello del sol sobre la fuente, no la sed.



Seguí pensando un rato, como ciega,

mientras los japoneses sonreían.



Porque tal vez la casa sólo fuera las rosas

y aquel cielo turquesa,

alegría compacta y lumbre fácil.



Hoy creo que la casa entre las rosas siempre fuimos

nosotros. En su busca.



Martha Asunción Alonso


domingo, 27 de abril de 2014