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domingo, 10 de julio de 2016

Pasionaria



Al escupir la niebla me tragué el miedo.

Se agarró a mi garganta,

me clavó sus uñas descarnadas,

intentó trepar hasta mis ojos,

vaciarme las tripas de lágrimas

y no pudo.

Al escupir la niebla le cogí la mano,

la miré a los ojos, a mi hermana.

A mi hermana pequeña, mi pequeña hermana,

que temblaba de frío y de pena.

No pasa nada, no pasa nada.

Me moría al ver que lloraba.

Al escupir la niebla miré al mar

que sin hambre nos iba a engullir,

nos iba a arrastrar a ningún sitio,

a ninguna casa con ningún padre,

dejándonos varados sin fe ni destino,

pero vivos.

Hoy escupo esta niebla como escupí aquella.

Cojo su mano y sonrío a su alma,

a mi hermana pequeña, ajada y cansada.

Como yo, cree ya en nada,

porque todo ha pasado, hasta el dolor.

El regreso ya no es esperanza.

Al escupir la niebla miro al pasado

y te veo de negro. La madre coraje,

con olor a tiempo de armario viejo,

mendrugos de pan sin justicia,

calcetines escritos en artículos zurcidos.

Todos iguales en el hambre.

Al escupir la niebla sé que te odio,

porque hoy el regreso es bastardo.

No nos queda nada,

no nos queda ni alma.

Cuando, aún a tiempo, pudimos volver,

para ti fuimos golfos y putas tristes.

Al escupir la niebla veo a tus hijos.

Hijos nacidos de las huelgas,

muertos de hambre por tus discursos,

tras tus mineros.

Me siento estúpido por haber creído

que, al mirarme esa noche, entendiste mi miedo.

Hoy escupo esta niebla, que no sabe de ese miedo.

Sobre él construí desilusiones, decepción y odio.

Un odio que me hizo insensible salvo a ella,

a mi hermana pequeña, esa sombra rota, muerta.



Pepa Pardo



sábado, 9 de julio de 2016

Siempre



Nada ha permanecido.

Ya no están los pastos verdes

salpicados de flores blancas,

ni los senderos creados por mis pies

descalzos en los días de lluvia,

ni los helechos silenciosos bajo

las ancianas hayas

ni la cabaña rodeada de nubes bajas.

Nada ha permanecido.

Ya no se oye el ruido de la puerta

de madera al amanecer,

ni el agua corriendo en el pozo,

ni murmurar la acequia tras del huerto,

ni el bostezo de las desvencijadas

ventanas cuando baja el sol,

ni los lobos, a lo lejos, recibir a la noche.

Nada ha permanecido.

El tiempo cruel ha hecho

cambiar mi mundo.

El hombre cruel derribó sin pestañear

la cabaña de mi abuelo.

La máquina cruel derribó el alma de

mis hayas y mis helechos.

El frío cruel borró mis pisadas de los caminos.

Nada ha permanecido pero sigue conmigo.

Sigue conmigo en las noches

cuando me acuesto de espaldas al día,

y en las mañanas de prisas

algo me dice que pare un momento,

que respire hondo, que sienta el recuerdo.

No me lo han quitado.

Permanecerá siempre.


Pepa Pardo



viernes, 8 de julio de 2016

Noche estrellada



Atrapa la noche en otra locura,

asomado a la ventana vestida con barrotes,

que no le deja alcanzar los azules

ni las explosiones en amarillo de las estrellas.



No hay luces ahora en el sanatorio.

Atrapa la noche pero no se deja pintar.

La guarda, la encierra, la abraza,

y para no perderla la plasma en sueños.



Despierta y no la tiene.

Vuelve a la ventana y la atrapa de nuevo, con miedo.

Al dormirse la sueña entre fiebre y sudores,

entre vuelos últimos y huérfanos pinceles.



Con el día la pinta de memoria:

azul, mucho azul, más azul, intenso para el cielo,

amarillo brillante para los soles nocturnos,

edificios y árboles ardiendo en negro.



Prisionera del más cuerdo de los locos

la noche estrellada más bella.

La libera con húmedos colores,

con la luz de la mañana, obra maestra.



Pepa Pardo



jueves, 7 de julio de 2016

Tijeras



Entre arrinconados recuerdos

encuentro sus tijeras.

Viejas, proscritas y olvidadas,

dentro de una caja carcomida,

las tijeras de mi tío.

Ellas cortaron mis trenzas,

y dibujaron mi flequillo,

tantas veces...

No están rotas, ni oxidadas,

ni siquiera sucias.

Envueltas en un papel suave,

de ese azul cielo que lo rodeaba,

a él, a mi tío,

y que aún lo ciñe para mí,

esperan mi curiosidad

y mi tiempo presente.

Quieren ser rescatadas,

devueltas al armario lacado de blanco,

que ya no existe.

Quieren disfrutar la caricia del afilado,

el toque experto de sus manos

ásperas y grandes,

y el roce de mi pelo,

con su sonido mudo al ser cortado.

Pero ya no están sus manos,

las manos trabajadas y entendidas de mi tío,

que las dirigía con pericia

en mi melena saturada de remolinos.

Y yo no sé afilarlas,

ni devolverlas a la vida.

Sólo puedo mimarlas,

envolverlas otra vez

en el papel azul cielo,

y buscarles un sitio mejor,

más nuestro,

lejos de los arrinconados recuerdos.


Pepa Pardo



miércoles, 6 de julio de 2016

Todos



Ni cifras, ni estadísticas, ni datos.

Ahmed, Ghada, Osama,

Ashty, Fatima, Moe.

Respiran el gas

y no es la primera vez,

ni será la última.

Carne de maltrato,

sin fecha en el horizonte.

Por huir de la guerra,

por desear una vida.

Niños entrando y saliendo,

con botas marcadas en la piel.

Gritos que sólo comprende el diablo,

pasaportes en el suelo,

violencia y sólo violencia.

Los castigas por soñar,

los castigas por ser.

Tu vida vale más

y la suya siempre menos.

Tú no tienes

estigmas de clase.

Cuchillos de plástico

contra vallas de metal,

y sonrisas de lluvia

en las noches frías.

Ellos que no tienen nada

te invitarán a comer,

y tú que lo tienes todo,

los ignoras sin vergüenza,

y les cierras la puerta.

Quedan solos

frente al barro y la muerte.

Gona, Sammy,

Huda, Mohammed.


Pepa Pardo



martes, 5 de julio de 2016

Inútil



¿Eres capaz de mostrarme

el destello profundo

de un error fugaz?

¿A qué sabe?

¿A menta?

¿Y el espejismo inabarcable

de mis desvaríos

en los caminos frondosos

de los sueños?

¿A qué huele?

¿A cerezas?

¿Me acompañas

al ojo de mi tormenta

a embellecer la tempestad?

¿A qué suena?

¿A nana?



Pepa Pardo







lunes, 4 de julio de 2016

De eso se trata



De sonreír a la mañana

y sonreír a la noche.


De atravesar la vida con paso manifiesto,

ligera de equipaje,

cargada de sueños,

hambrienta de azares.


De amar cuando me toque

y dejar que me abrase.


De parar a descansar,

no agotarme,

no gastarme,

no perderme el paisaje.


De cambiar con la estación

y adaptarme a ser feliz.

De eso se trata.



Pepa Pardo



domingo, 3 de julio de 2016