“No hables en tus poemas del ruiseñor
de Wilde, ni menciones amor, perfume, labio o rosa”
–me dice en los manuales Ariel Rivadeneira–
y yo evito poner en cada verso escrito
un ala, algún jardín, la luna de Virgilio,
y hasta a veces me niego, sentado
en el alféizar, a mirar las heladas
del invierno en España, porque queman
las ramas de los árboles todos y la niebla
me invita a escribir con nostalgia
“y ese signo, nostalgia, –me dicen
los manuales– es señal del pasado,
y se debe escribir sin alma, con estilo,
igual que si torcieras el cuello
de una garza con desprecio en tus dedos”.
“Habla de cibernética y de física cuántica,
menciona blog, pantalla, correos
electrónicos” –me aconsejan los críticos–.
Y yo sumo las cifras o despejo ecuaciones,
digo leyes, neones, sistemas invisibles
que arman genios, científicos.
También menciono genes, vídeos,
ordenadores, y hay instantes, incluso,
que hablo sin meditar y construyo asonantes
al decir aeropuertos, submarinos, aviones
y algún laboratorio (…), móviles, cines, clones.
Pero aunque logre versos posmodernos
siguiendo los consejos de sabios
que hablan de poesía como hablar
de la historia, de mercados, teoremas
que establecen los pliegues en las cuerdas
del tiempo, no he logrado escribir
el poema perfecto, e incluso
cuando leo alguna línea aislada
de Wilde entre las sábanas, y todos
mis maestros (con diplomas de masters
y perfil de doctores) se divierten
en bares o en los pubs de internet,
yo lloro como dama sin remedio
y me jode el viejo de Quevedo,
y me arriesgo, en la cama, a que digan
los críticos en los post o en revistas:
“¡qué anticuado y qué griego se volvió
Dolan Mor leyendo a los antiguos!,
si hasta le creció un día, encima
de las cejas, (en lugar de la gorra
ladeada sobre un piercing) un ramo
de laurel…
Pero logró dos cosas: pasar
imperceptible delante de los hombres,
como dijo Epicuro, y escribir con la espalda
inclinada en la hoja, sin cederle la mano
al influjo variable del tiempo y de las modas”.
Dolan Mor
domingo, 16 de enero de 2011
ARTE POÉTICA
CONFESIONES
Al principio yo anhelaba ser el príncipe
de la poesía, el rey de las palabras,
un ministro de los poemas con una medalla
sobre mi oscuro pecho, una corona de oro
alumbrando con su dorada luz mi noble cabeza.
Después, bajé mis metas y me propuse ser
un licenciado, un doctor en gramática,
políglota, un James Joyce, usar barba,
un abrigo negro hasta los tobillos, las gafas
circulares, la pipa entre los labios
recitando los versos de Charles Baudelaire.
(Recuerdo que tenía la foto de Vallejo
debajo del cristal de mi mesa de noche
y, mirándola, apoyaba mi rostro y mis manos
cruzadas encima de un bastón con el puño
de plata, en forma de león, para creer
un instante que mi nombre era César.
–Incluso estuve preso por parecerme a él.)
Me decía a mí mismo frases de Kierkegaard:
“para el hombre que aspire a triunfar en la vida
existen dos caminos: ser César o ser Nada”.
Y yo lo repetía con la convicción de que era
(sólo faltaba tiempo) un dios o hijo de un dios.
Sin embargo, las cosas han cambiado y mi punto
de vista se cayó en un abismo. Ya no aspiro
a ser príncipe, ni ministro, ni rey, ni políglota
un día, mucho menos deseo ser Joyce o Baudelaire
porque ambos están muertos, y un hombre,
si está muerto, vale menos que un perro.
Ahora aspiro a las cosas sencillas de la vida.
(Me lo dijo Ray Carver y nunca lo entendí.)
Miro el agua de un río sin pensar qué es el agua,
me acuesto entre la hierba y disfruto del sol.
Pienso, respiro, siento cómo limpia el oxígeno
mi sangre, mis pulmones, late en mi corazón.
Soy feliz con vivir sencillo, aspiro a eso:
Posado, como un pájaro, sólo quiero una rama
para cantar mis versos, también una ventana
para mirar el mundo, aunque no tenga un piso,
ni un palacio, ni un templo. Un marco,
una ventana para asomar mis ojos, humilde,
con asombro, sabiendo que soy polvo,
y, debajo del cielo, un animal o nada.
Dolan Mor
sábado, 15 de enero de 2011
EL OBRERO
He traído un pico y una pala para cavar
un poema en la hoja.Ya he pasado la primera
capa de hielo que construye el silencio
sobre el blanco papel. (Esa lámina fina,
inmaculada.) Ahora rompo las piedras,
los gusanos que aparecen debajo de mis dedos.
Golpeo duro, golpeo en cada sustantivo,
gerundio o participio. Las palabras parecen
las hijas sublimes del metal más propicio.
Ya introduzco mis pies dentro del hoyo.
Los zapatos se ensucian, pero sigo
golpeando con las vísceras, la sangre
en cada movimiento que ejecuto. Golpeo
fuerte, golpeo el sustantivo, adverbio,
el adjetivo. Los minerales sangran debajo
de mis suelas. Ya introduzco mis piernas,
pantalones, hasta doy la cintura para abajo.
Me quito la camisa, me desnudo. Se trabaja
mejor en ese estado. Meto mi vientre,
el pecho, los dos brazos para golpear
con fuerza el agujero, perforar hasta
el fondo del idioma, hasta el verbo del fango.
Apenas veo hierbas, ya no hay árboles,
ni casas ni consuelos en un círculo. Sólo
están mi yo y mi doble ego dentro
de mi cabeza. Pero no me amilano,
mi espíritu no tiembla, duro golpeo
hasta dejarme el músculo y quedarme
en los huesos bajo tierra.Así, ahora, sin cielo,
la tierra como un techo me ha cubierto,
se acuesta como un monstruo sobre mí.
Pero yo no me canso, sigo, muerdo la muerte
con mi pico y con mi pala, las paredes, las rocas.
Y así, sólo, en el agujero sellado bajo tierra,
esperaré a que venga otro poeta a golpear
como yo la dura hoja, a enterrarse de nuevo
en el poema. Tal vez encuentre mi cadáver
vivo que no para nunca (con el pico y la pala rotos)
de golpear y golpear versos en vano.
Dolan Mor
viernes, 14 de enero de 2011
UN REY EN EL EXILIO
Escribir no me salva de padecer el mundo
cifrado bajo el hielo que ahora cubre mis manos,
ni la hoja vacía resuelve mi problema
(según me dijo Freud) de ser un animal
que opera la mecánica del texto a cinco patas.
Donde los hombres tejen su discurso de sabios
con corbatas o dictan sus riquezas de falsos
crisantemos azules (brillos y teorías de un jardín
posmoderno) yo me oculto entre hierbas.
(Me gusta comer flores que sepan a ignorancia.)
Donde la ciencia exhibe una cuerda abismal
que va desde los monos al invisible Espacio,
me siento a caminar (lo aprendí con Daudet).
En mis manos no crecen los párrafos con lirios
porque la flor de lis es un símbolo heráldico
y yo no pertenezco, a pesar de mis nombres,
ni a Virginia ni a Francia. Tampoco la belleza
me volverá a matar porque bastó en mi infancia
la brisa de esa lana breve, de perfección,
que envolvía mis ojos bajo un grifo de lluvia.
No sé por qué detesto también junto a mi oficio
los puentes sobre el cielo, las ciudades de Europa,
las marcas de las ropas, el símbolo del número
que cada movimiento, al caminar sin rumbo,
deposita en el campo neuronal de mi mente...
No me salva tampoco la vana arquitectura
del genoma, los signos, los conceptos, los libros
a orillas de una taza dorada de Murano.
Ni museos, ni calles con trajes de difuntos
adornando las plazas, los bares, los teatros.
Tampoco las iglesias, ni mudas librerías,
ni el salón de los climas que adorna Copenhague.
Un puñado de arena en las manos me salva
porque al mirarlo dice que soy una partícula
perdida entre millones de moléculas Waals,
y porque el universo que vemos es un hueco,
un desierto, agujero, Gran Maya o espejismo
que según Schopenhauer dejará de existir
cuando se oiga el motor de la causa primaria
anunciando en silencio, bajo el reino del fuego,
que han muerto las galaxias, las rosas, las esferas.
Dolan Mor
jueves, 13 de enero de 2011
AHORA LA POESÍA…
Ahora la poesía no menciona los sauces a orillas
de la alberca, ni escribe cisne o dalia al pie de un cardenillo.
sólo habla de McDonalds, drogas, viajes a Europa,
la práctica promiscua del sexo en los hoteles.
No está bien ser poeta si no fumas cannabis,
si no besas a un perro en su esfera de muerte.
Sólo se necesita un coche en la cartera, un anillo
en la oreja, un polvo en la nariz. No importa
si eres hembra o macho en tus costumbres
siempre que un vibrador descanse en tu bolsillo
cual pez de silicona bajo un lago de escarcha.
No debes olvidar las playas de nudismo o leer
a Bukowski en medio de un spa (aunque ignores
que Spa se llama un pueblo en Bélgica,
o que salut per aquam proviene del latín).
Lo importante es decir palabras en inglés e ignorar
que Lezama vivió dentro de un mulo asmático y rapsoda.
También que lleves gafas en medio de la noche,
o que hagas como yo que me pongo una gorra
hasta para ducharme en los meses de invierno.
Un sello en el mercado, los enigmas del marketing
en cada laberinto que construyen tus dedos
mientras subes un día al tren, al ascensor que te lleve
a ese suave destino que es el arte.
Eso sí, nunca olvides borrar de tus poemas las hojas
de los sauces o ir a un restaurante donde la carta ignore
ese plato exquisito: el cisne de Darío
(desplumado y enfermo) con la dalia en el pico.
Dolan Mor
miércoles, 12 de enero de 2011
PENSANDO EN DAEDALUS EN UN VIAJE A CHINA
a mi amigo Brueghel
Subes una escalera de mármol
que flota sobre un lago en China
y a medida que te elevas sobre el agua
piensas en el mecanismo del poema.
Cada peldaño que ascienden tus pasos
es igual al misterio que opera
en el verso que construye tu mano.
Cada instante de duda sobre las losas
de piedra, equivale a pisar en el idioma
un artículo, un verbo, un sustantivo.
No te debes fiar de las barandas,
ni de los pasamanos, ni de los adjetivos.
Nunca debes mirar a tus zapatos
ni posar tus dos ojos como pájaros
en el punto de inicio hacia “el arriba”.
(Apréndelo de Lot o de Bataille.)
Una vez que comienzas no hay sentido
que no lleve a escribir el vano oficio.
O llegas a la meta y te deslizas
como un niño con alas sobre
un nuevo pasillo, o te dejan caer
con las palabras regadas como vísceras,
envueltas en la sangre que nadie limpiará
en tu caída, rodando en llamas
hacia las oscuras aguas de la hoja.
Dolan Mor
martes, 11 de enero de 2011
LAS METAS
Puedo dejar que pasen las metas
como pasa el tranvía
bajo los cables hacia el Renowned.
Incluso puedo dejar que brille
el rubor de un gladiolo bajo la lluvia
o un estornino en la rama del abeto
y no escribir, siquiera, una frase.
Puedo acunar mi cuerpo sobre el césped
recién cortado por la máquina eléctrica
mientras me pudre con su manta
el frío sol de estos cantones
no definidos todavía por la temprana luz.
Dormido sobre la hierba recién cortada
(sin leer el periódico que traen por las mañanas
los muchachos en la furgoneta amarilla),
puedo levantarme y salir de paseo
a una librería en la ciudad de Berna
para ver qué nuevo libro de poemas
adorna con su aroma los estantes.
Y aún allí, frente al estante de las poetas,
puedo dejar que pase la ocasión
más propicia para ejecutar mi suicidio,
una vez que la meta esté cumplida.
Pues si digo: “esta soga es muy gruesa
para ahorcarme / el fuego me da miedo /
morir bajo el tranvía no es mi causa”,
no por ello escapo a mi destino.
Siento que nunca podré ahuyentar los perros
del deseo suicida de mi mente
(los perros que me hincan los colmillos
en el cerebro y fluyen por mis ideas
como el bote de Caronte por un río).
Hasta después de la muerte, creo,
fluirá ese bote del anhelo suicida
por mi pensamiento, y esos deseos me atarán,
con enormes cuerdas, a sus perros.
Dolan Mor
lunes, 10 de enero de 2011
UN SITIO QUE ES TAL VEZ
Un sitio que es tal vez el fin del universo,
donde escribo un poema sin lógica ni espíritu.
Un silencio muy breve, con versos construidos
bajo golpes de Artaud, un magnolio en la orilla
del ventanal izquierdo, las barandas
repletas de azaleas marchitas, cubiertas
de cristales, ahumadas mientras suena
la música de Mozart en el fondo del patio,
a un lado del salón, incluso entre las plantas
que crecen de los verbos, adjetivos con lluvia
desfilan ante mí, me siento un bello fámulo,
levanto las cortinas del sujeto primario,
voy al televisor, construyo ahora una tila,
después bebo la mesa, pero el poema sigue
sin lógica ni espíritu, se parece más bien
a un hijo de este mundo: suele crecer con lujo,
observa la belleza entre la fealdad,
pero a la hora cero, a la hora de amar
también el universo, ese sitio que dicen
un día tendrá fin, entonces da la espalda,
pronuncia un sustantivo, por ejemplo “ mudanza” ,
y es entonces que empiezo a cambiar de lugar,
de ciudad, de país, pero siempre termino
bajo el mismo elemento, en idéntico espacio
donde no cabe otro, donde la ceguedad
pronuncia el mismo verso, el mismo
desconsuelo, la misma capital de un sitio
que es tal vez, de un tal vez que no existe
a no ser en el punto final de este poema.
Dolan Mor
domingo, 9 de enero de 2011
jueves, 5 de noviembre de 2009
LA CASA DE HUESOS
y acometí hacia la muerte
con la espada
Paul Celan
A los pies del castillo en la región
de Akra sentí miedo a los huesos /
astillas que alumbraron por las noches
la casa de los muertos del escultor
Maráez / miedo a los esqueletos
que viven como ratas en grises
aposentos de la alquimia del arte /
miedo a los verdes rostros de antiguas
calaveras / a nichos donde duermen
las copas sin reflejos de inexistente
plata / a la caja de muerto donde
sueña Álime /miedo también sentí
hacia los instrumentos con dientes
de difuntos y miedo al piano azul
de una mujer del este de Anatolia
que habitaba despacio los cuartos
los salones el jardín con los fémures /
miedo hacia el interior de las ventanas /
miedo a algunas paredes amarillas /
al cortinaje de oro que adornaba
el exterior profundo de la noche /
y al perfume y al polvo de las rubias
cenizas contagiosas de la sombra /
y miedo al contemplar / bajo mi piel /
mi cuerpo detenido en la penumbra
como una casa viva / llena en huesos.
EPITAFIO
No temas a la Muerte: en el fondo
el hombre es un palacio de huesos
que sueña y camina dormido
hacia las oscuras arenas de la noche.
Dolan Mor
Premio ex aequo del público en IV Premio poesía de miedo
jueves, 19 de junio de 2008
Anny Bould
Un día imaginé que yo era Anny Bould
(una poeta que se ahogó en un lago de Suiza).
Pensé que yo era ella y que me levantaba
antes de que saliera el enfermo sol de noviembre,
tomaba un té con tostadas y me despedía
en silencio de mi pequeño perro.
Después pensé que bajaba unas escaleras de madera,
tomaba un camino angosto, recogía algunas piedras
del suelo y silbaba una canción de Morbid Tales
cuando iba en dirección al lago asesino.
Cuando llegué a la orilla del lago,
me acosté boca arriba sobre la hierba,
y hablé un rato con el cielo que a esa hora lanzaba
sus primeras luces sobre la ciudad de Lucerna.
“Qué bello eres”, le dije al cielo, y el viento
helado, que en ese instante previo a mi suicidio
sopló como unos belfos de caballo salvaje
alzó, como una tela de oro, mi pelo amarillo.
También pensé en el misterio de la muerte,
en las teorías sobre la metempsicosis de Pitágoras,
y en los primeros filósofos y poetas de la antigüedad.
Pensé en estos tiempos de clones y ciencias vanas
y medité en la maldad del hombre sobre el mundo,
“¿por qué tienen que pasar estas cosas?”
--le pregunté al viento helado que ahora se escondía,
como una rata invisible, entre los árboles.
Pero nadie respondió a mi pregunta aquel día,
y esto que ahora les cuento, esto que imaginé una vez,
sucedió también por noviembre, pero hace ya mucho tiempo.
Ese día que imaginé que yo era la poeta Anny Bould,
y que lloraba boca arriba sobre la hierba, acostada
a la orilla de un lago que apenas reflejaba
en su lomo la cronología y los misterios del universo.
Lloraba sin consuelo, y pensaba, como ahora,
en mi pequeño perro, antes de meterme para siempre en el agua.
miércoles, 11 de julio de 2007
Viejos oficios
Viejos oficios
No sé por qué la maldición
de Marcel Schwob
me persigue
como la soga
al cuello del ahorcado.
Prostitutas y miseria
de viajar por el mundo
son, en realidad,
mis únicos oficios.
La habitación del vicio
en la penumbra,
un pubis color rosa
que se estrecha
y calienta mis dedos
con su flujo
(como un tibio animal
de fiebre y seda)
Así pierdo mis horas
que se gastan
igual que calorías
que empobrecen
detrás de la belleza femenina.
Así lapido siempre
mi dinero,
el jornal de la fábrica
o del paro
lo consume la carne
y el billete de un viaje
hacía cualquier
ciudad del mundo.
Ya sé que iré al Infierno
y me da miedo
cambiar la eternidad
por dos oficios,
pero al menos viajé
como hizo Stevenson
y follé sin medida,
como un perro.
En el libro Los chicos están bien
Poesía última
Edición de Manuel Vilas