Mostrando entradas con la etiqueta Verónica Aranda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Verónica Aranda. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de diciembre de 2015

Cinema Rif



Como sobreviver a uma cidade liquida?
                                                                                              FILIPA LEAL

           

Dejar que el tiempo sea esta evasión

en la sala de cine,

esta mezcla de planos y ciudades de agua,

cuando contamos a desconocidos

una verdad desconcertante

después de haber estado frente al mar,

frente a la duda y la desidia,

frente a amantes que observan a través de biombos.



Esta penumbra del cinematógrafo

nos restituye lo dejado atrás:

un estío remoto, la costumbre

de ascender las colinas de gladiolos salvajes

donde te revolvía los cabellos.



Aschenbach come fresas,

el tinte le chorrea por las sienes,

su delirio está hecho de música y efebos.

Busca el último soplo de embriaguez.

Pasa a cámara lenta la Belleza.


Verónica Aranda







sábado, 19 de diciembre de 2015

Tánger o vislumbres desde el café París



Es el momento del poema:

Jane Bowles cruza la calle Libertad

del brazo de Cherifa, su amante bereber.

La mirada perdida, alcoholizada.

Pasan por el Gran Zoco donde hay puestos

de papagayos rojos y caminan

entre la multitud, la abulia, las especias.

Han pasado la tarde en el café París.

Sabe aburrirse la Sra. Bowles

con la elegancia de los elegidos.

Sabe sorber el té, los lugares comunes.

Queda lejos el Sáhara,

las alcobas de hotel desangeladas

donde escriben, febriles, los viajeros.

La Olivetti hace tiempo

que quedó relegada en un rincón

de su piso de Tánger.

Tiempo de la mentira y de la amnesia.

Queda la dispersión

y los atardeceres de gin tonic,

alguna que otra fiesta

en las mansiones del Marshan.



Es el tiempo del ocio y las postales

con tintes desvaídos, con enigmas,

de la vieja ciudad internacional.


Verónica Aranda



viernes, 18 de diciembre de 2015

El cítrico esplendor



El cítrico esplendor, la desnudez

gestada bajo lámparas de aceite

tras una larga espera; madrugada

portadora de esencias de tomillo

y el roce de los torsos que escondían

la alquimia y sus secretos minerales.


Verónica Aranda



jueves, 17 de diciembre de 2015

El lenguaje del nómada




El lenguaje del nómada es sencillo,

se gesta en las vasijas de barro sin cocer,

no malgasta palabras. Era lúcida

esta forma de entrega.

La audacia y aquel vuelo de milanos

por las murallas de la vieja Delhi.


Verónica Aranda



miércoles, 16 de diciembre de 2015

Gwalior



Crecía un tamarindo

junto a la tumba del cantor virtuoso

y no probé sus frutos.

En aquella ciudad que descubrí

a través de mis miedos,

huía de mí misma, de las celdas

y el doble filo de la expectación.

Subí hasta el fuerte, prolongué las horas.

Ciudad-musculatura de caballo,

ciudad-nervio animal a mediodía

que simultaneaba sus acciones:

en la fatiga de los rickshaw wallahs

pedaleando con el viento en contra,

en los porteadores de costales de cúrcuma,

a través del joyero que un domingo

disecciona onix rojo.


Verónica Aranda



martes, 15 de diciembre de 2015

Cape Cross (Namibia)





El aislamiento es como este hotel

de muros gris lavanda, desolado

fuera de la estación vacacional.

De repente sentimos

un deseo imperante de escribir

a los viejos amantes: la memoria,

el desaliento de la lejanía,

el olvido que encierra una postal

desde una playa atlántica con niebla,

chacales y preguntas silenciadas.



Más allá los desiertos, el hedor

de colonias de focas en la costa

donde los portugueses dejaron una cruz.



Poco más queda de los navegantes.


Verónica Aranda



lunes, 14 de diciembre de 2015

Pinar del Río (Cuba)





Mi bisabuelo posa con uniforme a rayas

en un estudio de Pinar del Río.

Tiene aquel gesto grave del recién reclutado

que siempre había pensado que la patria

se almacenaba entre la naftalina

de las casullas nazareno y oro,

o en la tarde de sol de un patio de cuadrillas,

hasta que en el embarque

los labios del sargento se llenaron altivos

con la palabra España.



El mismo gesto del torero clásico

y algo meditabundo que se enfrenta

a aquella artificiosa soledad del retrato.



Pero, ¿en qué pensaría el bisabuelo

hace más de cien años

en el etéreo instante de la fotografía?

Reconstruyo esta historia colectiva

que es la misma de siempre. Es el soldado

que ve pasar la muerte a cañonazos

en la explanada de los palmerales

o la intuye acechando entre epidemias

sobre lechos de yodo. Y se imagina,

cuando acabe esa guerra, perdida de antemano,

con aquella mulata que tenía

un puesto de santera frente a la catedral

y sabía a vainilla

y a jugosa guanábana. Se piensa

convertido en indiano, propietario

de un ingenio de azúcar,

paseando el domingo con su puro

y su traje de lino almidonado,

con fondo musical de banda de kiosco

y un olor familiar a caramelos

tostados en la feria. No sabía

mi bisabuelo en el etéreo instante

en que fue retratado, que esperaba

un barco de tullidos de regreso

a la vieja metrópoli, el vendaje

gangrenado de pérdidas, Castilla

y los caminos de la trashumancia.


Verónica Aranda



domingo, 13 de diciembre de 2015