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domingo, 27 de enero de 2013

DE PURA SOMBRA LLENO






Gáname por el gusto, dama de lejanía.
Úngeme con tu óleo, lávame con tu soplo.
Hazte toda de barro para unirte a mi escápula.
Baña en bálsamo el pliegue donde nadie me toca
y baja a devorarlo con tu hedionda fisura.
La carne no se basta, quiere luz, la más tinta,
el más enamorado de los encubrimientos.
Deja tu aplomo en mí, tu material abrazo
para que yo, en mi anillo, me ahogue sin protesta.
Es mi cuerpo planicie, contorno que desea
esa facilidad con que desciende tu hora
cuando es madura y alta y está a punto de ser;
es mi cuerpo lugar, por ello no me envisca
tu eclipse mejorado en negrura y quietud.
¿Hasta dónde, en qué plazo arribarías
franca y ardiente a mí, y me darías paso?
¿Cuánto estremecimiento, cuánto pánico
habría de preceder a tu opaco claror,
a tu mudo avenirte con mi conformidad?
Mientras me quede pulso no seré más que ascenso
a ti, sufrida aspiración sin eco.
No seré más que escombro, pormenor,
ascua, medida, brega, trazo en bruto, escasez.
Gáname por el gusto, tráeme tu victoria.
Dime Nadie, y alberga mi cabeza en tu seno.
Mis ojos están vueltos a lo que se separa.
Ocúpame la sombra, pues ya te di mi luz.



           Rafael Fombellida

sábado, 26 de enero de 2013

BLUES DEL HOMBRE MUERTO





           Un hombre muerto es sólo y nada menos
un hombre muerto. No te aflijas
por él, ni lo adolezcas.
Un hombre muerto es cada cual, mi padre
cerrado en su crepúsculo, Domingo
Eguren, salitrero de Calama,
levadura de fierros polvorientos;
es una momia al Noroeste, un indio
chachapoya guardado como breva
reseca en su puchero de cerámica.
Un hombre muerto sirve para todo.
Para colgarlo boca abajo
dejando ver sus calcetines grises
fuera de la pernera de tergal.
Para ungirlo de óleo o vestirlo con hábitos
de bufón palatino.
Sirve para entorchar
sus paramentos y tocar con astas
sus sienes de caudillo, para ponerle cuentas
de un rosario de jade en las falanges,
escupir en sus órbitas, horadarle la tibia
y silbar, siempre a espaldas de sus deudos,
algún compás de Dead Man’s Blues.
Sirve incluso
para llorarlo con sinceridad.
Después él vencerá, tenlo muy claro.
Un hombre muerto es pan para las moscas,
grano de cereal, onza de bien.
No se corroe; depura. No se evade; alimenta.
Bajo la tierra ríe como un dios.
Con la confianza que nos falta, ríe
en la seguridad de ser indiferente.
No te aflijas por él, no lo adolezcas.
Es peñasco, dureza, costra hundida,
moneda vieja en saco de estameña.
Sidéreo cascajo, mandíbula desierta.
Un hombre muerto es esto, y nada menos.
Nos sobrevivirá, pierde las dudas.



Rafael Fombellida

viernes, 25 de enero de 2013

WEEP NOT FOR ME, O LOVE…







Moriré a media tarde. Cuando toda
la lógica del mundo se mude en metafísica
y los carros de niebla preparen su atavío.
Moriré cuando nadie esté conmigo.
Unos pocos vehículos, detrás de la cortina,
como peces silentes harán comba
lo mismo que la aguja de un pick-up
sobre el mojado asfalto. Moriré
cuerdamente, sin santiguarme. Solo
se alejará este cuerpo como un leve sonido
y vivir no será más que ese instante
cuya esencia es dejar de ser en mí.
Desplegarán amantes sus campanas pluviales
debajo del neón de algún hotel
y un grumo de saliva hará distinto
el paralelo junto de sus labios.
Y el volcán de un limón estallará
sobre el encaje de las niñas rubias,
y volverá a caer en la desnuda escápula
un puñado de sal deslumbradora.        
            Moriré a media tarde, sin notarlo
y sin verme morir. Y tú estarás buscándome
en las cantinas y en los lazaretos
arruinada de lluvia, agotada de andar.
Y tú estarás buscando la llave de mi puerta,
la ingle de los ángeles, una copa labrada.
Cuanto había prometido y ya no podré darte,
cuanto yo te debía y nadie saldará.
Me moriré tranquilo, invisible, a media tarde.
Descalzo por la arena de la hora
que no ha de rebasarse nunca más.
Y me iré despoblando, tercamente rendido,
aquilatado en forma, misérrimo de fe.
Con oídos atentos al rodar de los autos,
la onda funeral que me abrirá camino.



Rafael Fombellida

jueves, 24 de enero de 2013

HUIR ALLÁ





¿Adónde ir? Muy poco decoroso
es el motel que nos asila.
Bajo su rótulo, un chorro deshelado
ha formado un cerquillo en la nieve disuelta.
Hay modelos antiguos de grandes automóviles,
tras un vidrio sin lustre se encorva una mujer.
No sé si llegaremos a la edad que le ultraja.
Añoro una cabaña de cañizo y adobe
reseco con un fuego en su interior;
añoro estar desnudo ante la lejanía
como un caudillo bárbaro en su tienda de fieltro.
Añoro alzar un ídolo a la caza o la lluvia
con sus armas, sus cueros, con su enervado falo;
añoro una tendencia criminal, un destino
que pudiera escribirse con palabras mayores,
“conspiración”, “estupro”, “contrabando”.
Lo hemos vendido todo por un único brillo,
la moneda de níquel de esta noche de nieve.
Qué modesto es vivir, y qué poco se precia.
Me miras con los ojos de la debilidad
y me besas cianótica como un muerto por cólera.
Toma mis hombros y húndete con ellos,
la noche pide un gas que no está en el servicio.
Con hermetismo igual al que cohesiona
los huesos de tu cráneo, cierra la habitación.
El mundo es un puñado de nieve y rodaduras,
            una ventana ciega, un lugar sin hogar


         

           Rafael Fombellida

miércoles, 23 de enero de 2013

CONTRACUERPO





Parezco un Lucian Freud, me dices abatida.
Y qué esperas de mí, te contradigo.
Intolerante veo que despides tu rabia
hacia estragos que empiezan a ser graves.
“Hace poco tenías un culo de discóbolo…”;
me miro en el espejo, y soy un Lucian Freud.
¿Mas para qué ofenderme, si es verdad?
Enseña a ser humilde la desfiguración,
la estría, el flato, el rojo de los pómulos,
el vello en donde asoma un miembro recogido.
Por fortuna no tengo la cara de esos necios
que pinta Lucian Freud; su modelo australiano,
las fulanas obesas de Glasgow, del East End.
Soy un poco más digno, creo yo,
y tú sólo lo dices por herir.
Pero empiezo a sentirme una mole dramática,
torpe, lenta, aprensiva, desgraciada,
y cuando entro en el baño ya no quiero tentarme.
Yo soy la solitud, el cuerpo depreciado,
el desnudo infeliz que araña la tortura,
el muslo rosa, la ingle enroñecida.
Mas no lo digas nunca. O estarás obligada
a quedarte esperando ante la puerta
por si saliera el agua tintada de carmín.



 Rafael Fombellida

martes, 22 de enero de 2013

GEÓRGICA




Hermoso es aguardar su acometida.
Excitante escucharlos hociqueando
junto a los cobertizos y las cuadras,
entre el pastoso aliento del ganado.
Buscan algo de mí que no comprenden,
que enardece su sangre, y que poseo.
Cuántas veces quisiera acariciarlos,
hablarles en mi lengua, cobijar
esa mirada turbia malnacida
y entregarles la mano a su placer.
Pero los dejo huir y, amaneciendo,
el peligro se extingue con el astro
que trae prudencia y orden al presente.
Sin bravura sucumbo a la constancia
y me mancho las ropas con estiércol,
escribo algunas cartas, o me aburro.
Espero que esta noche me hagan daño,
que su instinto ajusticie mis insomnios
y, ardiéndoles la sien, me despedacen.
Ya los veo rasgar su emboscadura,
los siento traspasar las alambradas.
Leales no como hombres, como bestias,
los lobos rondarán mi intimidad.



Rafael Fombellida







lunes, 21 de enero de 2013

MATINAL DE DOMINGO



Blessed are the dead that the rain falls on.
FRANCIS SCOTT FITZGERALD

Un día estaré muerto y no sé bien
si entraré en esta tumba en donde hay tantos.
El último, mi padre. No cabían las asas
y hubo que romperlas y ponerlas encima
de su ataúd. Eran las portezuelas
de ese cielo en que crees, en que él creía.
De los otros que hay dentro piensa que
unos se detestaban entre sí,
otros se malquerían simplemente,
que mi abuela fue tierna, pero su tío, abyecto.
La muerte de mi padre obró el milagro:
la familia está unida al fondo de este nicho
revuelta en una bolsa de plástico celeste
que algún sepulturero cerró mientras silbaba.
Yo diseñé la labra de su lápida
y le mandé grabar nombre y dos fechas.
Ya sabes, entre ellas, los días fueron suyos.
Los otros escribí con letra más pequeña.
Benditos sean todos cuando la lluvia roce
el alero de tejas saledizas
y gotee sobre el guijo que pisamos.
Permite ahora que bruña con mi paño el granito
y deje, arrodillado, mi lámpara de aceite,
porque en cuanto me pueda levantar,
de seguro tendrás que sostenerme.



Rafael Fombellida




domingo, 20 de enero de 2013