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domingo, 22 de diciembre de 2013

Huesos





Por la memoria relativa de los huesos
y los humos que invaden nuestras noches,
nada es tan importante al antojadizo día
como restarle importancias a las cosas.

Hay relojes invisibles degollando minutos,
truncas escaleras de caracol sin faros
hurgando la infinitud celeste.
En vano, todo eso es en vano...
Las huellas confusas del pasado,
el sol lamiendo la desértica salina,
y la lluvia, cayendo sobre el pinar incendiado.
El barro infausto de los dioses,
los túmulos y los altares consagrados,
el amor que nos hemos tenido,
el fuego del verano, el frío de invierno...
el oro de la carne, que se avieja y sufre
el cristalino mirar enredado en la opacidad
de los secretos tules que bordan
las noches y entre sí sufilan los días.

Qué fuimos? nosotros que nos creímos todo...
Qué resta? me pregunto, al borde del abismo
y sé que dentro mío ya no queda nada.

Oigo el eco de los viejos juramentos
junto al muro de estuco, la corona de laureles:
de aquella fausta gloria sólo quedan las espinas,
y los juramentos se han vuelto remisas palabras.


Me intrusan la vigilia memorias inasibles,
son quizás las mismas que merodean la noche,
hechas con confusos trazos de tiza
dibujando sueños finales, y pesadillas.


Pero hay rutas en los huesos, astillas
que rumorean victorias o derrotas.
Ahí yace el último recuerdo de la vida,
esa mueca siniestra de la calavera
mirando absorta cielos invisibles
y sonriendo, con sus dientes amarillos.
Me recuerda que todo es posible
aún la felicidad efímera y viajera,
pero dando por segura, sólo a la muerte.

Huesos y bronces, mármoles y glorias
componen y descomponen nuestra historia.

Así, quizás mis huesos huelan a café
a gardenias degolladas a las 6 en punto,
laderas de lavandas e ignominias.
Y tus huesos huelan a malhabidos billetes
a la plata de Judas, al oro de Midas
o al hierro vetusto de las rejas
donde gime tu alma encarcelada.

Hay en la críptica intimidad de los espejos
runas y voces reservadas a pocos, vedadas a ninguno,
formas sutiles, curvas, prismas adamantinos
que azulan a los ojos la blancura de los haces.

Una febril inteligencia perversa trama
la sombra detrás de las siluetas,
y la muerte, allende la vida.

Nos hemos quedado solos, a pelo,
en páramos helados por la indiferencia,
las dagas que afila el odio ya brillan
en el cielo rojo de la tarde, y caen
como dragones, buscando lagos de fuego y sangre.

Solos y callados.
en patíbulos moribundos
vacíos, anudados a voraces horcas,
nudos finales, sobre horcas caudinas.

Entonces quedarán un tiempo más , ellos,
los huesos, surgiendo de las hedientas carnes.
Los tarsos diminutos, los fémures torcidos.
las sinceras costillas y las falsas,
la pátina sepia de las calaveras
los húmeros, asidos al sudario.

Brotarán de mis dulces tuétanos
blancas azucenas, carnosos geranios,
abriéndose paso entre la grama
para que coma el pájaro de mi quieta mano
o vuelva el cielo a mis ojos apagados.

Huesos que aparecen en escena
para la vista de quienes en vida
los han negado, con su proclama callada
y su millón y medio de silencios.

Nadie podrá entonces decir qué fue de mi vida,
al tiempo que nadie podrá ignorar
que entre las cosas que fueron
una vez, en un tiempo, en un lugar
yo también, a mi modo, he sido.

Me irás olvidando, en cada parpadeo,
y cada paso que des, te irás alejando,
todo beso que me has dado lleva
el falso sabor de uno más,
siendo que todo beso que se da, 
siempre es un beso menos.



Luis María Lettieri

sábado, 21 de diciembre de 2013

A tus enormes ojos, cerrados.





Una libélula de gamuza azul
intrusa la noche de los ciegos,
sus campos de curvas tulipas,
sus hoscos potros azabache.

Hay en el manto orinegro
del silencio, un nombre, clavado,
y detrás, su millar de sombras
en horizontes por siempre lejanos.

Ahí, una paloma reina
en el filo de las altas cornisas, y
una gota de ámbar negro pende
de un hilo hechos de humos
hasta caer en arroyos carbonizados.

El grito del niño en la placenta
se ha vuelto vena cava
en el corazón viejo del hombre;
toda la luz del cosmos cabe
entre la punta de dos de tus pestañas.

Pero estás callada.
¿ qué viento se llevó tus palabras?
Y en el mar del tiempo clavas el ancla
como quien ruega exhausto
por una piadosa pausa.

En esa noche misma
hay mirlos del color de las ágatas,
engarzados en el aire espeso,
bocas llorando el beso
que de lejano se ha vuelto helado,
molinos que giran en vano
como crisantemos de aluminio
en el sueño de los muertos.

La oruga celebra su coronación alada,
la seda de su vientre acaricia
la punta de la grama, y se alza
como un rayo que negara la tierra.
Abrázame, hasta que me duela...
nosotros, que habitamos desde siempre
los bordes imprecisos
de la muerte y de la vida
del edén y del infierno.

Abrázame hasta ser uno,
nosotros, que ya hemos sido tantos
y cuántos más seremos,
bajo este cielo inexistente,
en formas sutilmente diferentes,
pasajeros del mismo amor ajado
del mismo sueño de vivos óleos,
con nuestra carga de sin embargos.

Un millar de libélulas indecisas
se han vuelto vagabundas
en esta noche sin serenatas,
se parecen en su titilar a las estrellas
por invisibles y lejanas.

Apaga la luz, el fuego.
Vámonos de aquí, ahora,
antes de que alguien nos invada
y nos obligue a vivir otra vida,
buscåndonos.
 
 

Luis María Lettieri

viernes, 20 de diciembre de 2013

Vaivén




Veo vaivenes en todo,
invisibles a los demás:
las horas envolviendo las horas
las olas plegando el mar.

Declives al final de las cosas
transitando el final;
el silencio, antes o después de la voz
será tumba de la
errática palabra.

El sueño envuelto
en el párpado cegado
será vencido
a primera luz del día,
y triunfará
otra vez
la realidad.


La escarcha,
como la sombra
desbaratada al roce
sutil de la luz.

El amor, terminado
el temor, la sed,
el brillo de todo
cubierto por la pátina
sublime del tiempo.

Para que otro ser nazca
y diga otra verdad.

Para que otra era
nos suceda.

Las estaciones del año,
la voracidad de la vejez
que toca todo rasgo de vida
la lluvia que se vuelve río
y el río que se vuelve mar.

El péndulo preso
en su cofre de caoba
palpita al ritmo fugaz 
y convencional del tiempo.
Va y viene, viene y va
persiguiendo en su compás
horas que nunca medirá.

Vaivenes en los besos
en la mano que dice adiós,
cuando sucumbe el fuego
y el frío que gana
su batalla final.
 


Luis María Lettieri

jueves, 19 de diciembre de 2013

Ananké




Al asentarse el polvo del día
ya no somos los mismos
que alumbrara el sol del alba.

Hemos muerto una medida
y sin saberlo, hemos jugado
sobreviviendo, el juego de la vida.

Lo sabe el arce,
lo callan las estrellas.

Va en el viento,
en el alma tersa del humo,
boga en el padre río,
repta en la madre natural.

Nada nacido de vientre o
capullo, semilla, nido,
permanecerá intacto
bajo la mirada celestial.

Todo muere un día
al volverse ceniza su tiempo,
y soplar el viento su polvo
para que beba el lagar del olvido,
las huellas de quien
ya no está.

Quizás nuestra naturaleza sea una,
o múltiple, diversa;
al mismo tiempo que nos alejamos
nos acercamos,
y desde el mismo nacimiento ya
empezamos nuestro calvario.

Un leve parpadeo,
un reflejo de soles lejanos,
ilumina apenas
el pálido argumento
que esgrime la razón.

Y si nada permanece incólume
si todo es mutación
tal vez sea nuestra esencia
no ser, sino desaparecer
con la rapidez o lentitud
que conlleve cada vida.

¿ Y al final, qué queda ?

Nombres,
agotándose como ecos,
frágiles memorias
o tal vez, nada.

Ni antes ni después
queda algo
de todo eso que fue.

Y volverá el amor
a engendrar
en los vientres fecundos:
nacerán niños y bestias
enhebrados por el mismo afán
de vivir, y el mismo sino
de morirse un día.

Llenarán los campos de cantos,
retozarán en los arroyos,
hollarán la tierra con sus actos
y luego, desaparecerán.

Sueño con ver un día
el sentido
hoy a mis ojos prohibido
de nacer, morir
o de estar vivo.

Para no aferrarme en vano
al instinto, al afán irracional;
dormir, como quien ensaya
su muerte, su fatalidad
y despertar
sin saber un atisbo
de la finalidad.
 
 

Luis María Lettieri
 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La primera vez que ella dijo no



La primera vez que ella dijo no,
empezaron a separarse,
la primera vez que él dijo yo, 
dejaron de ser un nosotros más.

Ellos,
que formaban una pareja de siempres
comenzaron a ser
una triste sociedad de nuncas.


Norumbega.

Me pareció verte
entre la anónima muchedumbre, 
en un andén de Retiro
a la hora en que los trenes se abarrotan;
tenías todos los años de nuestra ausencia
colgados de tu piel enjuta,
yo venía de suicidios, divorcios, y otros exilios,
vos venías de entierros y crepúsculos finales,
y nos cruzamos las miradas:
un instante fulminante como un rayo,,,

Sonaba un tango en los altavoces
y por esas cosas que se sienten
aunque ninguna razón las explica,
en esa voz disfónica oí mi nombre
anunciando mi muerte, el degüello
y la partida de un tren sin destino.


Se volvieron locas las palomas
en los altos tinglados de hierro,
la tristeza de la tarde caía
como un pesado telón de terciopelo.

Llevabas en la mirada todo
mi perdido universo de infancia,
mis juguetes preferidos,
lágrimas vertidas,
el severo ademán del no se puede
todavía amartillado en el entrecejo,
y un extravío ya propio del ser viejo
alojado en lo celeste de tus ojos claros.

No me dijiste nada.
Hace muchos, muchos años
habíamos peleado.
y nos fue alejando
la distancia y el silencio
en un para siempre parecido
a la muerte.
Me acerqué y nos miramos,
de nuevo.
Dudaste,
yo estaba seguro.
Te abracé primero despacio,
y después nos hicimos un nudo.
me dijiste al oído y con pena
- qué te parió che,,,
yo te dije
- viejo,,,

A la hora en que salía un expreso
llevándose consigo
a todas las palomas en ese torbellino
del tiempo perdido, 
y en vano,
como son en balde las vanidades,
los enconos
y los encuentros postergados.



Nos pasaron por encima
los hombres y mujeres 
vomitados de los trenes
los personajes que fuímos y seremos
nos habitaron las miradas
y nos cortaron el aliento,
en este homenaje a los enconos
en este insulto a las distancias
que desbaratan la fragancia
de tu piel oliendo a lavandas
y la mía oliendo a soberbia y nada.

Un silbato destrozó en mil
aquel silencio de los ojos cerrados.
y entendimos, finalmente
que ya no había más estaciones para nosotros.

Todos partían a sus pueblos,
al refugio que da el hogar, el fuego,
nosotros no teníamos dónde
derramar la sombra de nuestro abrazo.
 
 

Luis María Lettieri
 

martes, 17 de diciembre de 2013

Instante XXII




ella me devolvió todas las caricias
en un estuche de hielo

yo le devolví sus sonrisas
en la llama de una lágrima

ella me regresó todas sus promesas
en un hoja de papel arrugado

yo le regresé sus besos
dejando mi piel en colgajos

quiso devolverme las miradas
secretas y no pudo
por llevarlas dentro de su alma,
yo no pude darle de vuelta los veranos
en los cuales me enseñó el amor

así
nos fuimos quedando desnudos
como antes de amarnos,
con los ojos llenitos de sueños
rotos, astillados
a nuestros pies.

Nos dijimos adiós, sangrando,
y entramos en la noche del olvido.

y como pasa siempre 
o casi siempre en estos casos
se largó a llover,
solamente para que yo le diera cobijo
y volver a enamorarnos
más que la primera vez.
 
 

Luis María Lettieri

lunes, 16 de diciembre de 2013

Venías



Venías
entonces hice hatillos de albahaca
amarrados a los carrillones de caña,
junté cerezas y mascavo
en cestos de totora,
con almendras, higos y mangos,
lavé mi barba
con zumo de laurel y lavanda
y le pedí a la luna que se demorara,
porque venías a mi cabaña.


llamé a mis ruiseñores,
molí café con canela
y puse a entibiar el agua
en cacharritos de barro,
te vi en el fuego
vestías de ocres y naranjas
cintas de raso en las trenzas
y ajorcas de plata
en el perla de tus muñecas.


derramé sándalo sobre carbones
inciensos y mirras
y te pronuncié en el humo
perfumado del silencio.


me senté junto a la ventana
en un taburete de cuero
para verte llegar,
imaginé más de mil caminos,
dispuse edredones de plumas
en los rincones de piedra
y afilé mis labios
con palabras de ternura.
afiné mi guitarra
a la nota de tu canto
y encendí candiles
con gotas vivas de luna.


después me tendí a esperarte,
conversando con los grillos
y las ranas de las gavias.


El mundo era esa noche
tú que venías
y yo que te esperaba.



Luis María Lettieri



domingo, 15 de diciembre de 2013