Mostrando entradas con la etiqueta José Luis Rodríguez García. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta José Luis Rodríguez García. Mostrar todas las entradas
domingo, 29 de abril de 2012
Ella no ha amado sino a las muchachas
Ella no ha amado sino a las muchachas
que llegan vestidas de verano. Una lesbiana que regenta
un hotel.
Ama los espejos.
Se baña desnuda en el mar. Acaricia en la noche
la cabeza de los alfiles del ajedrez.
Cuando vuelve a la ciudad se entristece.
Finge que ama a los distribuidores de refrescos
y a los poetas que se agotan en la tarde.
Odia a los imbéciles de la televisión.
Compra telas negras
y le seduce la lluvia azul de los viernes.
Espera a la muchacha que vendrá con una vela morada
y una sonrisa de vagabunda.
José Luis Rodríguez García
sábado, 28 de abril de 2012
Hace muchos años
Ya jamás entenderán nada,
ni las manos heladas, ni el sarcasmo,
ni siquiera el gesto
de los estúpidos que viven de la vanagloria,
ni el extranjero olor de los jacintos,
ni lo que significan
los ojos heridos, nada,
la circulación se apaga en las calles,
hay una inmensa mirada de ballena
en la que está escrita
la primera palabra, atravesada
por el arpón de plata,
todo sucedió hace muchos años,
pero tú lo sueñas como el azul
que llega
bajo los puentes, ahora
ya no se puede calificar, qué espanto, llegan los policías
y las sirenas de sus coches atruenan, mejor
deslizarse en la noche, toquetear a la sombra que está esperando
algo, de verdad, sexo o teoría, música o paso de sombra.
José Luis Rodríguez García
viernes, 27 de abril de 2012
El latido es ya pálido
La tarde mortecina, como el cristal sucio que los animales
han lamido,
llega, y hay murmullos de humo, de sudores, de
nieve,
cuando suena el teléfono, eres tú, lamentando como siempre,
como aquel día de navidad, como la mañana
cuando te levantaste y estaban las tazas del desayuno
rotas
en el cubo de la basura,
que has intentado ser libre a tu manera, ah, pájaro enjaulado,
pobre, como un papel sobre el que la caligrafía de tinta secreta
ha escrito algo
que jamás se leerá.
Mejor que el aire congele las palabras,
que atraviese los ventanales abiertos, el aire, blanco, mejor,
pues el latido es ya pálido, y nosotros
nada podemos añadir
al alud que se produjo hace tiempo, en la estación
de las cobardías y el incienso.
Esperamos la cabalgada de la muerte. Qué
hermosos y pálidos somos, como húsares de película.
Ya es tarde para rendirse, también para cabalgar.
La edad,
como vencejo de plomo, exhibe su corona de rosa extranjera.
No hables de los que han recorrido el desierto, y
otros continentes, y surcado mares a los que ponen nombre,
porque sus rostros se han difuminado,
y sus apellidos huelen a óxido,
y sus mujeres guiñan ante el espejo cubierto con tela morada.
Llamarás otro día, rodeado de clérigos
y niñas, orgulloso de agonizar con la vieja canción
en los labios.
José Luis Rodríguez García
jueves, 26 de abril de 2012
La muchacha vende su cuerpo
La muchacha vende su cuerpo como una copa de nácar,
como una huella, extranjera, venida del hielo,
y no le desagrada mostrar sus pechos de espuma y arena, negros
y azules, pezones de sal y amarillo.
Es la vida. Sobrevivir es el desafío.
Cruzan los automóviles, regresan tipos tristes
que hablan de sus abuelas
y de las casas que se derrumban, vuelven
los muchachos torpes que buscan la primera noche de amor.
Sexo.
La verdad es que no entiende casi nada de lo que le confiesan.
Ella se limita a abrir las piernas sobre la cama sucia.
Te amo, le susurra a alguien
mientras mira el cuadro de ciervos cazados, indiferente.
La estancia es horrible. Descubre
sus manos delgadas en el espejo, huele el vómito en la alfombra.
Pero qué maravilla seguir viviendo.
Mañana sirven paella en el restaurante. Y dan gratis café.
Por la noche los tertulianos hacen apuestas con la ruleta rusa.
José Luis Rodríguez García
miércoles, 25 de abril de 2012
Aseguro una mañana de domingo
Aseguró una mañana de domingo,
clavada su amarga mirada
en una pestaña caída en la leche, a la hora del desayuno,
que ya no le importaban las moscas,
los autobuses, ni recorrer las calles,
y que tampoco le interesaba coger el teléfono.
La mujer, morena, no replicó,
limitándose a mirar al hombre
con quien ha convivido veinte años
y dominando la tentación
de sacar los álbumes de fotografías
y las viejas colecciones de mariposas.
Se incorpora cansada, y mira al cielo
a través de la ventana,
suspirando como si una sombra delicada
acabara de cortar la niebla de noviembre.
¿Te irás?
Él susurró que no hay a donde ir.
¿Entonces?
El hombre se encoge de hombros.
Ni siquiera es capaz de llorar.
¿Recuerdas cuando nos queríamos?
El dice que no. Porque recordar es un infierno, amor mío.
José Luis Rodríguez García
martes, 24 de abril de 2012
Le han quitado el nombre
Le han quitado el nombre
en el muelle. Los polis,
que estaban leyendo un comic de Batman,
le dijeron que era el N209Bx.
El niño se levantó y, como tenía
resecos los labios,
pidió agua, haciendo gestos.
Luego, le condujeron al barracón.
Persiguió con la mirada a una rata.
Estaba encogido. El niño
soñó con el olor de los árboles lejanos
y en las cocacolas que les daba el traficante
a cambio de los caparazones de las tortugas.
Recordó a su padre,
ahorcado en la rama de una palmera
y a su madre que había olvidado cómo se llora.
José Luis Rodríguez García
lunes, 23 de abril de 2012
Preguntas
Le preguntaron por la voz de la rosa
y ella no supo responder.
Le preguntaron qué ocurría cuando llegaban las visitas
y el viejo moribundo se calla.
Le preguntan por dónde comienza a leerse un libro
y él se limitó a mirar por la ventana.
A ella le preguntaron si le gustaba el alba
y la niña cogió el azucarero.
Al hombre que acababa de desembarcar
le preguntaron por el desierto.
Le preguntaron si la cárcel era extraña
y la joven replicó que no conocía otro lugar.
Al niño le preguntaron si le gustaba la canción
y él se encogió de hombros mirándose los pies.
Le preguntaron si le gustaban las chimeneas
y él se encogió, acariciándose el estómago.
A la mujer herida le preguntaron sus años
y ella respondió que mil lunas la habían visitado.
A él le preguntan si está solo
y él mira a su alrededor con los ojos vacíos.
José Luis Rodríguez García
Suscribirse a:
Entradas (Atom)