lunes, 10 de febrero de 2014

UJI





Un día del pasado,

caluroso y húmedo septiembre,

partimos desde Osaka, rumbo a Kioto,

en un tren japonés raudo y preciso,

y desde Kioto a Uji,

en donde suele desplegar el vuelo

secundado por músicas apsaras,

el Byodo-in, fénix deslumbrante

-aunque, enjaulado y ciego,

en aquella ocasión hurtara a nuestra vista

su trémulo cristal-,

longeva grulla entre perennes pinos;

y en donde, junto al río turbulento

y desbordado -ahora igual que entonces-,

tras arrostrar valientemente yermos

soles y asperezas,

Kaoru conoció a las melifluas hijas

del buen príncipe Hachi

tras el kichó: a Oigimi y a Naka no Kimi,

a Ukifune después;

Kaoru, el bello y bienoliente vástago

del triste Kashiwagi

y de aquella princesa, que aunque boba,

supo engañar al luminoso Genji,

el viejo burlador al fin burlado.

Y allí escuchó aquel koto incomparable,

y allí entrevió una forma cegadora,

y allí surgió un amor,

acaso más patético que trágico,

pero, con todo, amor.



Fue doloroso comprender un día,

que se habían quedado

atrás, sin haber hecho

nada para impedirlo por tu parte,

las pocas ocasiones

que el tiempo te brindara

de ser feliz; curioso que ni aun eso

en realidad ya importe.



Rafael Lobarte






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