jueves, 13 de febrero de 2014

LA CIUDAD Y LAS ALAS







I



De margen a margen,

bajo las arcos de los puentes,

se desliza bronce de agua.

Verde hierba encaramándose

a los tiernos bastones de la orilla.

Demoradas aves, ya puntos

o líneas rasgando el azul, prefiguran

la llegada de la noche.



Reunión en la sombra,

juego de luz tras los cristales:

el borracho loco,

el adolescente bobo,

la niña tonta bien peinada,

el sabio intelectual y bien pensante,

abiertos en la sombra, gustando de la sombra,

escuchan al muchacho

de la dulce mandolina

canciones asombrosas;

el negro polvoriento,

la furcia helada, el camino.



Nubes amontonadas picotean la luna.



II



Todavía por ti la ciudad se alza.

Calles son sierpes, plazas un posible encuentro.


Te he amado tanto…

 
La torre es un deseo,

una espera el agua.



Oscuro de día

y en la noche oscuro:

rojizas luminarias,

tizones encendidos

como en un simulacro.



... que he de dejar constancia de mi olvido.



III



El sol espejea en esta hora.

Estuviste aquí,

igual que una serpiente

ciega entre estas cosas a las que día a día

adjudicaste su precioso nombre.

Cuando, al fin, salga,

me uniré al murmullo de los pájaros

que ahora anidan,

así sabré algo más sobre mí mismo

y sobre ti.



El horizonte desabrocha

su indumentaria vegetal, dejando

entrever mentidas presencias.

Cae una lluvia

tan fina, que se viste de verde.

Mas ya redobla su tambor el tiempo.

Resulta pues, preciso

insistir por el viejo sendero,

revivir la vieja instantánea.

De nuevo oscurece tranquilo.



IV



Este es el triste reino,

idéntico color del día y de la noche.

En los últimos portales

el aire introduce en el cabello

cincos dedos de furia,

y el río es un falso reposo

traspasado por los mil y un mensajeros del alba. 



Rafael Lobarte



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