domingo, 1 de febrero de 2009

Amapolas en octubre





Ni siquiera las nubes solares pueden esta mañana permitirse
semejantes faldas.
Ni la mujer de la ambulancia,
cuyo rojo corazón florece a través del abrigo tan asombrosamente…

Un don, un don de amor,
jamás solicitado
ni por un cielo

que pálida y llameantemente
quema sus monóxidos de carbono, ni por unos ojos
que el embotamiento detiene bajo sombreros hongos.

Dios mío, ¿qué soy yo
para que esas bocas tardías se abran a gritos
en un bosque de escarcha, en un amanecer de flores de trigal?


Sylvia Plath


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