Hay locuras que insisten en besar mi mano. Se van, vuelven, sorben de mi vaso de agua, imitan mis gestos. Hay fragancias iguales que erizan mi pelo, lo vuelven azúcar y me arrastran hacia el último peldaño de oro. Si hablo no hablo. Si vivo no vivo. Si escribo, las palabras saltan de la página y desaparecen, silbando y contoneándose como el humo del cigarro que ya no fumo. En la noche febril, antes de que me pierda en las calles, antes que de cada casa huya un pájaro, antes de que una mujer se vista, mucho antes de que algo en mi corazón se muestre, la locura esparce su polvillo sobre mi frente y escucho, oigo en mi sueño una guitarra, musito en mi lecho un canto.
Juan Manuel Uría