martes, 27 de abril de 2010

De Roma XXIX





Un desconocido perfume cálido
su novísima reminiscencia
y un claro son emergen de la piazza
un canto reverberante en la fuga de los arcos
y me detengo, contemplo las grietas de los pilares
hasta que la piedra se funde
en un desmenuzar de cenizas con el cielo.
El caballo negrea en su árido pedestal
principesca altivez de balcones
se retuerce en las grises pantallas
trenzan luz de faroles tempranos en las paredes barrocas.
Última estribación de la ciudad
y despedida del cemento
las fachadas abren paso al lienzo del mar
el respirar enfermo del puerto.
El ángelus lejano, caído
de inolvidables pinceladas verticales.
Satisfecho si como el rocío
espejo roto en la hierba
retengo por un instante cuanto alcanzo.



Ángel Sobreviela


1 comentario:

Laura Gómez Recas dijo...

Ángel, me gustan tus textos...

Pero me detengo especialmente en éste. Casi respirable la atmósfera que logras crear. Es como vivir lo vivido por el poeta. Y, al fondo del poema, ese espejo roto sobre la hierba...

Estupendo.
Y gracias.
Laura