domingo, 2 de diciembre de 2012

DESCENDIENTES DEL TIEMPO






Marzo nació con alas de niño antiguo,
pegado a los muros de ciudades medievales
y nos sonríe desde su cuna de primavera.

Nuestro cuerpo nace a cada segundo
y a cada segundo muere.

Madrugar es vivir para el abandono de incendios que devastan
al corazón que gime:
en la soledad de los condenados al exilio.

¿Por qué la avalancha continua de amaneceres
y nocturnas oscuridades en estas arenas del mundo?

Sólo existe un sol y una luna
que se posan en nuestros brazos eternos
o en el miedo del alma
que sólo existe en los labios caducos.

Siglos y siglos designan el cántico
de perfumes y versos,
pero El Collar de la Paloma del poeta Hazm
no acabó con el desamor.

Y mis brazos no son eternos.

El tiempo observa a sus hijos con autoridad de desgaste.

Padre relámpago, inimitable, que nos cincela
con mirada de orfebre, que nos regala
evangelio de arrugas tristes. Y nosotros,
como si fuésemos la risa de un dios
golpeamos con nuestros puños
la finitud de los días.

                          Sufrimos memorias impacientes
Como Werter con Carlota, mientras,
Goethe decide ser consejero de palacio.

Son extrañas nuestras bocas cuando desaparecen
los besos. Son de albufera verde y cristalina
los últimos recuerdos de amor.

El cauce pacífico de los amantes
nunca le gana la batalla a las horas,
ni los enemigos, ni las gaviotas, ni la emoción de las cosechas
son la esperanza de la permanencia.

El tiempo siembra de epitafios los bosques de mármol
                     o se divierte en los carnavales de Venecia.

La ebriedad del tiempo nos confunde
o nos ilumina la muerte. 


Isabel Blanco Ollero