viernes, 22 de febrero de 2013

ROTACIÓN



 
Expulsados con saña de alamedas
públicas y de prominentes
miradores urbanos por un sofisticado
artefacto que emite machacones graznidos
desenfrenados e intimidatorios,
pájaros hostigados atrozmente,
inquietos estorninos se acomodan
en un poblado y tenso cable eléctrico
que corre paralelo a la costa vecina.
Con cautela me observan cuando palmo
a palmo, pero familiarizado
ya con el escenario, me aproximo
al precipicio con el objetivo
inicial de avistar olas batiéndose
contra los farallones que fielmente
reconstruyen el cuerpo arrinconado
de un pesado mamífero.

Esa es la realidad, aunque se sientan
ahora vigilados y traicione el temor
el noble instinto de la especie. Da
la impresión de que pueden asociar
ciertas ideas, y ese es el motivo
de que cuando presienten cerca seres
humanos, los confundan con malintencionados
depredadores y les ponga en fuga
un pánico precipitado, igual
que un exconvicto huye de los lugares
que frecuentan agentes policiales.
Quietas están mis manos, y mis ojos
no se detienen en su algarabía
innecesaria, tratan tan sólo de entender
lo inentendible para describirlo
más tarde: lo que oculta al otro lado
ese horizonte abovedado,
si es verdad o no que en la lejanía
una luz espectral marca la cinta gris
que separa el presente del futuro.

¿De qué les sirve entonces levantar
violentamente el vuelo, agitando sus alas
en el aire enlutado que se extiende
ante mí, si esa imperceptible red
que trenza la sospecha, la molicie
que disimula su peregrinaje
infinito acobarda y zarandea,

como a un enjambre de hojas 
resecas la amaestrada polvareda, 
a la bandada precavida 
y en la naturaleza ya no pueden 
reconocer la alianza con el cielo, 
el paraíso en que se reinventaban 
las formas regulares de la calma, 
de su lejano origen?    



Carlos Alcorta

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