En las nacientes horas de enero
que se ensombran de gélidos morados,
en el gemidor viento atiplado,
o en los extraños vahos de las alcantarillas,
yo veo al invierno.
En las gasas de nieblas argentadas,
en rosales desnudos,
en frondas rojigualdas,
o en los largos crepúsculos de fuego,
yo veo al invierno.
Lo veo
en el tórrido vuelo de gorriones,
en el navegar tardo de los ánades,
y en las escarchas blancas del césped;
en los alborescentes despertares,
en los trasnochadores faroles,
y en los ficticios haces del sol.
Pero también lo veo
en aquellos agónicos desahucios,
en los lánguidos rostros de la calle
en los nimbos violáceos de las filas del paro,
y en los avivorados discursos
de líderes abúlicos.
Así veo a este invierno
de vágulos andares,
preludios,
señales,
de aquella blanca dama
de rostro adulciguante.
Pablo Delgado
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